Esta semana pasada hemos sabido cual es la propuesta del PSOE del señor Sánchez para desencallar la cuestión catalana. Se ha recogido en la Declaración de Barcelona y en otras ideas que sugieren las vías para la reforma de la Constitución.

La Declaración de Barcelona es un documento de 6 páginas, redactado por el PSC, con tres supuestos básicos: se hace «en beneficio de todos los catalanes y catalanas» (no de la ciudadanía española); para desbloquear los «más de cinco años de discriminación del Ejecutivo central a Cataluña» (cuando ha sido la comunidad autónoma que más ha recibido del FLA); e «iniciar una reforma federal de la Constitución española». Luego establece una «posición política» de obviedades (nada en contra de la legalidad), para pasar a los 7 ejes sustanciales: darle la razón a la Generalitat en sus demandas ante el Gobierno central; dar más autonomía (en contra del Constitucional); cambiar la financiación autonómica para favorecer a Cataluña (la clave desde el principio); condicionar la inversión estatal en Cataluña (convertir al Gobierno central en un mero financiador de infraestructuras); la imposición del catalán; hacer de Barcelona la otra capital de España (¿por qué no Málaga?), para, finalmente, dar cuatro ideas sobre la reforma constitucional.

Una reforma constitucional en la que se sugiere que hay que reconocer a la «nación catalana» lo que nos llevaría a reformar la Constitución en el sentido de reconocer «naciones» sin Estado. Algo que se sugiere en otras declaraciones, poniendo como ejemplos a Bélgica y la Baviera. Dos ejemplos a analizar.

Si lo que el PSOE propone es una reforma constitucional según el modelo belga, lo que propone es un proceso de desintegración. Porque el modelo belga contempla dos cuasiestados, Valonia y Flandes, construidos (imperfectamente) según la lengua, que mal se llevan y mal conviven en Bruselas. Proponer el modelo belga, además de no tener en cuenta ni la historia ni la geografía, es decirle claramente a Cataluña que se vaya sin coste alguno. Es proponer que España se descomponga por zonas lingüísticas, cuyo resultado final sería una confederación difusa de Castilla, más los Països Catalans, más el País Vasco (¿con Navarra, como quería ETA?), Galicia y Aragón. O sea, una disolución en los viejos reinos de los Austrias. España sería sólo una carcasa formal para pertenecer a la Unión Europea. Con esta propuesta, el PSOE propone dinamitar tres siglos de historia común.

Por otra parte, si lo que el PSOE propone para solucionar el problema catalán es que Cataluña se parezca a la Baviera, no propone en realidad nada, pues las diferencias en términos históricos, sociales y políticos en sus respectivos papeles son abismales, y lo único que demuestra el PSOE es que no conoce ni la Baviera, ni a Cataluña. Para empezar, el bávaro es un dialecto del alemán (como hay otros 52), no una lengua propia, y fue reino independiente hasta 1871. Los bávaros no discuten su «alemanidad», como nadie discute que BMW o Bayer son empresas alemanas y no bávaras (a pesar del nombre). Y podría seguir, pues Baviera es mi otra «nacionalidad».

En definitiva, que el PSOE del señor Sánchez ha caído en el mismo complejo que tuvo el del presidente Zapatero. Ha ido a Barcelona y se ha convencido de que Cataluña es una nación oprimida, víctima de la maldad de los demás (castellanos y andaluces, principalmente), a la que hay que liberar, para que lidere España, dándonos la modernidad que nos falta, porque la marca Barcelona es europea y chic, mientras que Madrid y Sevilla son castizas y folklóricas.

Mucho me temo que el PSOE lleva años perdido en el tema territorial. Muy perdido. Quizás porque ninguno de sus dirigentes se ha puesto a estudiar cómo funcionan los Estados federales, empezando por el primero en serlo, los Estados Unidos de América, y el más avanzado de Europa, Alemania. Pero, claro, eso lleva más tiempo que ir a Disneyworld o a la Oktoberfest.

* Profesor de Economía. Universidad Loyola Andalucía