Es el título de la campaña presentada hace unas horas para celebrar la Jornada Nacional de Manos Unidas, que tendrá lugar el próximo domingo. Es loable el trabajo de esta organización que hizo que más de 2 millones de personas de 58 países se beneficiaran el pasado año de los casi mil proyectos que esta entidad de cooperación al desarrollo y sensibilización de la Iglesia Católica realizó, junto a 451 organizaciones locales, en países de América del Sur, Africa y Asia, ya fuere en las áreas educativa, agrícola, sanitaria, social o promoción de la mujer, bien con poblaciones indígenas o en el medio rural preferentemente, a través de más de 5000 voluntarios y 77.000 socios, procediendo el 87 % de su presupuesto de recursos privados.

La pobreza, señala el Papa Francisco, nos desafía todos los días con sus muchas caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada. El hambre no es una pandemia ni un mal inevitable. 14000 personas han perecido ahogadas en el Mediterráneo desde el año 2014, la mayoría procedentes del África subsahariana. Me pregunto qué haría yo, o tú, en una tierra donde el 23 % de la población sufre hambre y la esperanza de vida ronda los 50 años, en países en los que casi nadie llega a viejo, ¿qué futuro aguardaría a tus hijos?.

Compartir lo que importa es poner en común nuestra vida, nuestros bienes y nuestro compromiso por un mundo mejor, donde cada persona pueda vivir con dignidad. Esta es la idea central de una entidad que lucha por la dignidad de la persona desde hace 60 años, denunciando el escándalo de la pobreza, la vulneración del derecho humano a la alimentación para más de 815 millones de personas que pasan hambre en nuestro mundo en unas cifras que crecen anualmente según la FAO, dada la extensión y protección de unas estructuras y un modelo productivo a gran escala que se manifiesta claramente insostenible, pervertido por la especulación con los recursos naturales que priva a los más vulnerables de los bienes necesarios para tener una vida digna, y que consiente el despilfarro alimentario como consecuencia de ese modelo de producción y del mantenimiento de unos estilos de vida y consumo individualistas e insolidarios.

Además de la denuncia a todas las instancias políticas, económicas e internacionales, lo que nos propone Manos Unidas es asumir como propio, aunque sea con pequeños gestos, este desafío que atenta contra la dignidad de todo ser humano. Siempre podemos tomar mayor conciencia y compromiso sobre el valor y la necesidad de lo más elemental para vivir, frente a la cultura del derroche y la ostentación, del usar y tirar, poner en nuestra vida cotidiana acciones y gestos, recursos y propuestas, que no terminarán con el problema tal vez, pero que serán el comienzo de la solución. Salir y compartir con nuestros entornos más cercanos aquellas iniciativas de desarrollo sostenible que nos permitan, entre todos, avanzar en la erradicación del hambre es una exigencia. Recuerdo, hace años, la sacudida de aquél eslogan: «Yo no tengo pan porque tú no tienes vergüenza. Dame pan, y te daré dignidad». En un mundo globalizado, los derechos de todos son la dignidad moral de cada uno. No nos quedemos de brazos cruzados.H

* Abogado