Me viene a la memoria estos días de bacterias incrustadas en los alimentos aquello que dijo Josep Pla: «Comer es un mal necesario». El escritor catalán era un hombre con seny, que tanto se echa de menos en los dirigentes catalanes independentistas. Desdeñaba la comida sofisticada, innecesaria para sus gustos payeses. Cuando lo invitaban a mesa y mantel en un restaurante de gran lujo, pensaba que comía mal y necesariamente por educación. En su libro de memorias, El cuaderno gris, cuenta que «es incontable el número de personas que solo piensan en hacer comilonas, creo que dormir es más importante que comer». Con gracejo, hace mención de un catalán que pesaba más de 130 kilos y se estaba muriendo. «Gritaba ¡salvadme! Si salgo de esta, os prometo que no volveré nunca a comer tanto». Pero Pla era condescendiente con la obesidad: «Un hombre gordo está en condiciones excepcionales para ser buena persona». Él prefería para el desayuno «una tostada aliñada con aceite y vinagre, frotada con un diente de ajo». Lo contrario a lo que se desayuna en muchos lugares de Sevilla y Cádiz: una tostada con carne mechá. Pla muestra su predisposición a las frutas naturales: «Las cerezas tocadas ligeramente por el pico de un pájaro son especialmente exquisitas». En la Historia de la comida, su autor, Felipe Fernández-Armesto, dice: «Cocinar es una de las pocas prácticas extrañas típicamente humanas. La cultura empieza cuando los alimentos crudos se cocinan». La publicidad suele aludir a la «cocina casera de la abuela». Lo cual no es cierto. Se industrializa en una fábrica. Como la carne mechá.

* Periodista