La verdad es que nunca las había contado. Pero he sacado mi vieja Olivetti de un altillo y, tras toda una peripecia para hacerme con una cinta, me he dispuesto a experimentar lo que son 30 líneas «al viejo estilo». Son las que nos regalaba diariamente en sus columnas Manuel Alcántara antes de partir hacia horizontes lejanos. Ninguna imagen mejor que una columna de Caballería perdiéndose hacia la puesta de sol, al mejor estilo John Ford, para darnos esa sensación de ida hacia el infinito. Ese infinito que también está en el horizonte del mar, en el azul del cielo o en el mundo interior al que se retiran nuestros ojos cuando duermen entre los párpados. Todos ellos interconectados. Todos sugerentes. Todos desconocidos. El Centro Andaluz de las Letras lo ha homenajeado en Córdoba, reciente y merecidamente, como Autor del Año 2019

A quienes en alguna ocasión nos ha tocado ajustar o confeccionar alguna página con la colaboración de Alcántara no nos era necesario medirla. Su extensión se adecuaba exactamente al espacio previsto para ella. Es más, leyéndola casi se podía apreciar «a oído» la posibilidad de que fuera un poco más larga o más corta de lo normal. Su cóctel cotidiano mezclaba, un chorro de actualidad, una corteza de ironía, una medida de humor reflexivo, esencia de poesía y gotas de lo que ese día tocase. Con o sin guinda. Ni agitado, ni mezclado. Simplemente combinado.

Para cualquier profesional que la practique, una columna diaria es, en buena parte, todo un ejercicio de ascetismo capaz de reunir el miedo del portero ante el penalti, la soledad del corredor de fondo o el mantra del dibujante ante la cartulina en blanco (no consta si adoptando la postura de flor de loto) invocando la inspiración de los dioses. En general nadie se libra de incorporar, consciente o inconscientemente, su particular taumaturgia al reto, aclimatándose a una determinada hora, disponiendo las cosas sobre la mesa de una particular manera, quemando uno o varios cigarrillos, acompañándose de alguna bebida... Habría para escribir un libro con estas peculiares manías.

En ese ejercicio de ascetismo, después de muchas columnas, de muchas palabras, incluso de muchos años, suele ocurrir un buen día que a uno le empiecen a sobrar varias de esas líneas que administra con mimo. Y se quede sorprendido de la extraña sencillez, hasta entonces desconocida, con la que se puede trasladar cualquier cosa a pocas palabras. Quizá para ello hay que tener también cierto toque de poeta o la rápida agudeza que suministra el ingenio a los buenos polemistas. Basta entonces un pequeño recuadro.

El último paso -aventándolo todo como quería Juan Ramón- es pasar del recuadro al aforismo. La frase escueta. La belleza o la intención de lo que una pequeña tracería de palabras puede expresar. Por ejemplo que la brevedad es el alma de la lencería. De los tres géneros hay magníficos ejemplos en la historia de la prensa española. Y Alcántara tenía la capacidad de compaginarlos todos.

Utilizando sus propios versos: «Unas pocas palabras me mantienen/ duda, esperanza, amor...siempre me pierdo/ Amor, duda, esperanza... siempre vienen...». Cuánto quiero a las pobres palabras que tan míseras están en lo diario, nos decía Rilke, «a ellas, a las invisibles palabras, de mis fiestas les regalo colores; sonríen, y se ponen alegres lentamente». Ahora que les falta Alcántara, habrá que reanimarlas mucho, tras los penosos ejercicios a que los que las someten los debates electorales, para que su esencia, como reclamaba el escritor checo, se renueve visible. De forma que, aunque estremecidas --y no es para menos--, entren de nuevo en nuestra canción. Siempre habrá columnistas dispuestos a ello.

Voy a devolver la Olivetti al altillo. Sabía yo que no lograría condensar treinta líneas medio qué. Pero me consuelo con intentarlo por el método de las aproximaciones sucesivas. Al fin y al cabo según dicen quienes bien le conocieron, el decano del articulismo español fue acrisolando sus virtudes a lo largo de miles de ellas «antes de caminar hacia donde el sol se arrepiente (...), el día menos pensado (...) que es en el que pienso siempre». No me digan que John Ford no hubiese ilustrado la frase con la imagen de una columna lejana.

* Periodista