Dicen que al mal tiempo buena cara, y la buena cara muchas veces necesita de un toque de color, una raya verde y unos labios rosa, aunque ahora sea tras una mascarilla.

El color es muy importante en la vida. A mi abuela siempre la vi vestida de negro durante los 26 años que conviví con ella y no, no crean que era una persona antigua, amargada o de mentalidad recta, nada de eso. Optó por ese color como reflejo de las muchas muertes que arrastraba. Cuando le preguntaba que por qué no se vestía de otro color, siempre me contestaba lo mismo: «Prefiero llevar la tristeza en esta ropa que en mi alma, porque la vida hay que seguir viviéndola con alegria». El blanco, ya saben, asociado a la pureza, a lo inmaculado, limpio. Hay veces que en la vida no se nos ocurre otro color, casi siempre asociado a actos religiosos o sociales. Pensar en una novia vestida de rojo se nos hace extraño, aunque su ‘pureza’ sea pura falacia.

Y entre el blanco de la vida más burbujeante y el negro de la muerte más segura, es valor seguro el verde, el de la esperanza, que no por casualidad es el color que utilizan los sanitarios en los hospitales, en sus batas y hasta en esas manos que nos salvan. Vestirse de verde da subidón y aunque digan «la que se viste de verde por guapa se tiene», a mi me la trae al pairo y seguiré haciéndolo, y más ahora.

Hasta los partidos políticos tienen colores: morado, rojo, naranja, azul, verde... Algún día analizaremos el porqué de cada uno. Piensen. Hay personas grises, hagan lo que hagan. Hay personas verdes, digan lo que digan, rojas, azules y hasta moradas; hay tantas personas como colores.

La fascinación que me producen los colores la he redescubierto en estos meses de confinamiento. He pintado la parilla de mi casa en un color que me proteja y alguna pared color tierra de fuego, para insuflar ánimo a mi alma; he pintado aquellos lienzos olvidados con sueños, con personas a las que amo, con paisajes y siempre con los colores primarios de la vida que necesitaba reivindicar. He pintado la cerca del huerto, la caja donde guardo las semillas, puertas, macetas, ceniceros inservibles y hasta la caja de las pinturas y cada vez que lo hacía sentía un alivio inusitado. La satisfacción del inmediato resultado y la de cambiar lo que no me gustaba.

Pinten, agarren una brocha, un finísimo pincel, un rodillo, una pluma o un papel, pero cada vez que haya algo que no les guste no dejen que siga así ni un solo instante. Rosa, verde, lila, azul francia, el color que quieran, todos tenemos y somos de un color, de esos infinitos colores que hay en la vida..

* Abogada