Defendí a Ada Colau cuando apareció en la escena quebrada de la ley hipotecaria con un discurso limpio elaborado de plasticidad civil. Intervino en una comisión en el Congreso sobre los desahucios, que ella llevaba acumulados en sus hombros biográficos con su lastre de ética y dolor. Había estado en la arena de la desolación doméstica, del incivismo salvaje que dejaba en la calle a miles de familias con su deuda añadida tras no aceptarse que la dación en pago condonara la deuda. Muchos estuvimos entonces muy cerca del argumentario de Colau y vimos en ella una posible voz para una sociedad que aparentaba buscar otros rostros para su representación. Hizo un trabajo de concienciación pública, pero la elocuencia de su verbo sentido, con su apariencia honesta, ya no pasó de ahí. Seguramente fue después de su nombramiento como alcaldesa de Barcelona cuando dejó de emocionarnos a los no alineados, a los no convencidos por el sectarismo de la fe antisistema. Luego vinieron actuaciones más o menos cuestionables y su ambigüedad con el procés. Pero cuando vendió su bisexualidad por unos votos en Sálvame Deluxe, ante un alucinado Jorge Javier Vázquez que, quizá por primera vez, no tuvo que pinchar a los riñones de la entrevistada para que derramara su intimidad sobre el plató, la entendí por fin, y seguramente fuimos muchos, también, los que descubrimos su auténtica naturaleza.

Después de su plante al Rey Felipe VI en la inauguración oficial del Mobile World Congress de Barcelona, que según ella «no era menor», pero sí «necesario», vemos que hay una relación directa entre la medida y su justificación. Porque lo que Ada Colau no ha comprendido aún o no ha querido comprender es que ella es alcaldesa de todos los barceloneses, y no solo de los que piensan como ella cree pensar o quiere aparentar que piensa. Como sus socios independentistas, lo sean por encima o por debajo de la mesa electoral que se reparten entre los dobleces del mantel, cree saber lo que opina la mayoría de sus conciudadanos y habla en nombre de esa inmensa mayoría. Pero claro: como sus socios independentistas, situacionales o no, sale al frente ignorando a más de la mitad de sus vecinos, que han sido partidarios de continuar en España y es probable que no hayan estado tan en contra del discurso del Rey. Pero eso le da igual. Porque ella sabe lo que piensan todos, como una abeja madre que se crece en la miel de su colmena nacionalista. Según Colau, tras las cargas policiales del 1-O para impedir el referéndum del Govern de Puigdemont, Felipe VI «reflejó una falta de empatía bestial», y «era necesario hacer un gesto político». Pero esa «falta de empatía bestial», ¿la percibió ella, su partido, la comunidad que representa, su familia, quién? ¿Y en nombre de quién dio plantón al Rey?

Esta gente confunde una opinión propia con la colectiva, algo que es muy propio del fascismo. Por eso nos asegura, desde su extraordinaria y casi divina capacidad de conocimiento, que «la mayoría de catalanes, no solo independentistas, no entendimos su reacción, su falta de empatía bestial». Ea. Porque ella lo dice. Porque ella lo sabe. O, de otra manera, que «las palabras del Rey avalando la intervención más allá de las ideas políticas es lo que no hemos entendido y esperábamos un gesto diferente». Esperábamos. Lo gracioso del caso, si no fuera dramático --porque aquí entramos en lo tragicómico-- es que Colau reprocha al Rey su falta de empatía --«bestial», ha dicho-- con los catalanes, mientras ella misma ignora la posición de más de la mitad de sus conciudadanos. Eso sí que es bestial: la manipulación consciente de la realidad, la tergiversación de la verdad.

Vamos a seguir hablando de falta de empatía. Bestial. Y no solo de Colau, sino del independentismo. Se condena la actuación policial del 1-O y los Mossos son el cuerpo de la paz. Pero frente al supuesto pacifismo de los Mossos, recordemos los siete casos de pérdida del ojo por bolazo de goma, el brutal desalojo del movimiento 15-M de la Plaça Catalunya en mayo de 2011 o la salvaje represión del 15-M durante la protesta Aturem el Parlament. Todo, bajo el Govern de Convergencia. Qué poca indignación quedó para este recuerdo y cómo cunde el 1-O. Porque el independentismo, cuando le resulta ventajoso, tira siempre del doble rasero. Quizá Colau carezca de formación para comprender su papel institucional, pero sabe que solo representa a quienes piensan como ella. Si eso es para ella la empatía, no quiero imaginarme su idea de lo bestial.

* Escritor