Yebel Irhoud, 150 kilómetros al oeste de Marrakech. Otro importante jalón en la búsqueda del eslabón perdido. Este enclave marroquí ha sacado a la luz los restos más antiguos hallados hasta la fecha del homo sapiens, con 100.000 años de antigüedad respecto al santuario de la especie humana, situado tradicionalmente en la depresión etíope del Rift. Desde allí evolucionaron los vástagos de Lucy. Sin embargo, está tomando cuerpo la versatilidad de las ramificaciones del sapiens, irrupciones distintas ante una causa común.

Salvando las pedagógicas distancias, esta hipótesis sería adaptable a las enésimas fórmulas políticas que cada país ha venido adoptando para afrontar la galerna de la Gran Recesión. Y lo que se ha contrastado con los últimos acontecimientos políticos es que, desacreditando sofismas prematuros, la respuesta no ha sido unívoca. Como aquellas grandes migraciones de los homínidos que flechábamos en el mapamundi, señalados países han optado por el populismo, pero incluso algunos de los más significados -véase el Reino Unido- han aplicado mecanismos de corrección a su gran envite de cesura con Europa, recuperando un laborismo que se antojaba moribundo. Francia se ha reinventado con Macron, que no es otra forma de autenticar su centralismo.

¿Y España? Aquí, el mayor margen para la sorpresa está amortizado. Mas muy pocos eran los que apostaban por la resurrección de Pedro Sánchez. El transfigurado líder del PSOE no es un Mío Cid que dosifica la Internacional. Ni un Ulises que ha regresado a Ítaca enfilando su arco contra los terribles barones. Sus hagiógrafos apuntarán que ha conocido los apuros del desempleo y la soledad de las carreteras secundarias. Y sobre todo, que es un Pedro Sánchez nuevo, revestido de un poder telúrico, como un Sigfrido dispuesto a enfrentarse a cualquier dragón. Nuevo líder para viejas fórmulas, pues su asalto a la Moncloa pasa por el redil del bipartidismo. Los vientos le son favorables. Cucamente, el 39 Congreso del PSOE emblematizó la primera persona del plural de la izquierda, para desempolvar una patente que el círculo morado quería envidar. Los eternos vasos comunicantes: horas bajas de Podemos para defender una izquierda fuerte y sensata, con deslices ignotos como la Nación de Naciones, que lo que me sugiere es el péplum Rey de Reyes de Nicholas Ray, donde Carmen Sevilla hizo de María Magdalena.

Pedro Sánchez es el renacido, el que ha pretendido apartar el cáliz de las baronías, a las que ahora les toca dormitar sabiendo que las masas socialistas están con el líder. Tan cierto como la máxima de cualquier aparato, sabedor en su actuar de que las máximas son tornadizas. Sánchez ha aprendido de la sabiduría del rencor, de la engañosamente salvífica ponzoña de la desconfianza. Ahora cuenta con una guardia pretoriana, más aquellos -llámense Patxi López o Fernández Vara- que gustan de funambular entre el positivismo y el oportunismo, sabedores de que la leche que se puede pegar por ese enésimo flirteo puede ser tremenda. Toca el tiempo de una unidad germinada en los desquites, con una Susana Díaz que reconoce que se pegó una hostia en las primarias, pero que quiere hacer de Andalucía su hecho diferencial, el diezmo que habría de pagar cualquier Secretario General para hacerle carantoñas a la Moncloa. Si la política es el arte de lo imprevisible, con o sin rencores, Pedro Sánchez tiene mucho que aportar en este drama.

* Abogado