Nos obligan de nuevo a tomar su cóctel, su enema, su papilla, su vomitivo, su infusión y su purgante. Y de nuevo me veo en otro ayuno. Les pregunto a los albéitares y castradores de mi vida, próceres, políticos, escritores e intelectuales que cuándo podré disfrutar de una comida en condiciones, hasta con su sobremesa sin prisas, para charlar distendido y terminar feliz el día. Y se encogen de hombros, riéndose con cara de satisfacción y ojos de vampiro. Me quedo atónito, aterrado, porque con su rictus de hiena me están diciendo que toda mi vida va a seguir así, que aquellas ilusiones de cuando la Transición sólo eran una última cena de alimentos caducados y corrompidos, que me produjeron esta noche interminable de vómitos y fiebre. Esta mañana he caído en la tentación de mirar la fórmula de este cóctel tan popular y a la vez tan retorcido. A medida que leía, sentí que me convertía en hielo. El prospecto, tras unos párrafos de circunloquios, dice: «Cinismo, mendacidad, maldad, violencia, vampirismo, hipocresía, gansterismo, latrocinio, opulencia, despotismo, manipulación, idolatría, necedad, estupidez. Es emético, lientérico, colagogo…», y qué sé yo cuántos palabros más, que no les quiero escribir para no amargarles la vida como me la amargan a mí, y menos aún cuando ya empezamos con los dulces de Navidad. Y lo malo es que, como en toda medicina, tengo que tomar otras medicinas para paliar los efectos de la primera. Al leer sus efectos secundarios me he llenado de terror e hipocondría: «Soledad, desolación, desesperación, tristeza, abandono, humillación, angustia, pesimismo, insomnio, aislamiento, desamor, llanto, incomunicación, rabia, amargura, desazón, evasión, miedos, vértigos, mareos». Ya no consigo regresar del frío. ¡Tanto frío! Y, con este cóctel, tener que seguir cada día, levantarme, acudir, comer, gestionar, sonreír, hasta acabar por apagarme en otra noche más con sus fantasmas y su oscuro. Perdonadme este lapsus de mi hipocondría; es que he vuelto a ver el veneno que, de nuevo, nos hemos preparado tras las últimas elecciones. Y ya os dejo en la paz de las mentiras. Cantemos juntos, otra Navidad más, el eterno villancico: «La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más».

*Escritor