Imagínese usted que va a la ITV y le dicen que tiene que cambiar todas las ruedas de su coche. Que no tienen ni dos años, ni veinte mil kilómetros encima. Que son de las buenas, nada de marca blanca, que no hay que jugarse la vida por lo barato. Imagínese que se pone a investigar y averigua que la «ITV de las ruedas» entró en vigor en febrero del 2018, poco después de que usted renovara esa parte esencial de su vehículo, pero que no le dijeron nada y ese año pasó la ITV tan terne, sin avisos ni comentarios. Imagínese que usted le da el pellizco a su presupuesto veraniego y luego se sorprende porque al llegar a la casa de recambios no es usted la única, qué va, parece que todo Córdoba está cambiando ruedas... ¿Qué será el año que viene lo que no está homologado por el fabricante y habrá que cambiar forzosamente? ¿La tapicería? Ahí lo dejo.

Imagínese que luego va usted a Madrid, por ejemplo, y no sabe por dónde puede pasar, imagínese que no sabe si su coche será sancionado por futuras leyes sobre combustible y contaminación. Imagínese que hace las cuentas de lo que le cuesta la cochera, el impuesto de circulación, las revisiones en el taller y la gasolina, siempre al albur de la política internacional y de los sátrapas de unos cuantos países. Imagínese que le van a prohibir fumar o tomarse un bocadillo en su propio vehículo, que eso está al caer (luego nos pondrán un chip en la cabeza para multarnos si nos distraemos pensando en nuestros problemas). Imagínese usted que hace cuentas y dice: «Pues yendo todos los días en taxi al trabajo me gasto menos». O «pues alquilo un coche y paso así las vacaciones», o «contrato un blablacar». O simplemente imagínese que es usted joven, con padres que no puedan permitirse regalos de lujo, con un trabajo precario que ya le vale a los empresarios, y que simplemente no puede pagar las cuotas de un turismo.

Pues imaginando tantas cosas, algunas reales, otras por venir, la conclusión es que a la gente le está empezando a importar un pimiento la industria del automóvil y su peso del 8,9 en el PIB nacional, desde las fábricas hasta los concesionarios y los talleres, y ya va pensando en otras maneras de resolver la movilidad, bonita palabra contemporánea. No es que vayamos a renunciar al coche -esa independencia, esa comodidad, esa maravilla que es conducir cuando no hay atascos, por favor, esa sensación de libertad, ese disfrute, ese poder llevar un jamón en el maletero-, y menos cuando los vehículos eléctricos y de gas van tomando posiciones, pero están entrando en escena otros actores, especialmente en las ciudades, y, como siempre, las normativas van por detrás de los hechos.

Permítanme que destaque en primer lugar esas sillas de ruedas motorizadas que utilizan las personas con dificultades y los mayores. Son un avance tan grande en la independencia y posibilidades de relación social que merecen un premio destacado. Luego las bicicletas, los patinetes, ya todo ello con motores, patines y demás posibilidades de transporte urbano que avanzan antes de que sepamos cómo regularlos. ¿Con casco o sin casco? ¿Con matrícula o sin ella? ¿Por la acera o por la calzada? Córdoba siempre ha sorprendido al visitante por la enorme cantidad de motos y ciclomotores que circulan. La gente reacciona así cuando no puede pasar por este o aquel sitio, cuando no puede aparcar. Ahora llegan estas nuevas formas de «movilidad» y habrá que adaptarse.

El problema pendiente es el abuso, la indiferencia ante las normas, ese carril bici vacío, la inseguridad del peatón, que corre casi tanto peligro como con los coches. Pues eso, que no hay solución perfecta, y menos cuando hemos llegado al punto de «buscada de vida» y sálvese quien pueda. Pero que vamos de cabeza del coche al patinete parece evidente.