Ya no se trata de una película de ciencia ficción. El coche conectado es una realidad que llama a la puerta. Mejor dicho, ya la ha abierto. Porque este año está prevista la venta de casi 50 millones de vehículos inteligentes en todo el mundo, que contarán con sistemas que los convierten en una prolongación del smartphone de su propietario. Por la cantidad de datos generados facilitarán una gran información sobre los hábitos de conducción. El futuro inmediato apunta a que en tres años se producirán los primeros vehículos eléctricos de gama media no contaminantes con una autonomía superior a los 500 kilómetros. Y a partir del 2025 está prevista la aparición de vehículos de conducción autónoma en los que el conductor será un pasajero más sin participación activa en el manejo de la máquina. Como ocurre habitualmente con la aplicación de las nuevas tecnologías, el avance abre un debate legal sobre el uso de esa cantidad de datos, sobre ese big data alrededor de la movilidad. Otra vertiente del progreso es la posibilidades de vigilar las maniobras de los vehículos a partir de los dispositivos de conectividad. Las multas por satélite serían, por ejemplo, una consecuencia. Los esfuerzos deberán concentrarse en que la tecnología sirva para reforzar la seguridad ante cualquier incidencia. Las previsiones más optimistas apuntan que el vehículo autónomo ayudará a que un día los accidentes se reduzcan a cero. Hoy, lo que sí sabemos es que estamos ante una nueva era con una movilidad y desplazamientos que deberían cambiar bajo los criterios de reducir la siniestralidad, no contaminar y potenciar un mayor uso colectivo.