Soy un enamorado de España; de sus gentes, su clima y sus tierras, se llamen regiones o naciones. De sus folklores. Los que hemos andado por este cachito de mundo sabemos que siempre vinculamos y vincularemos nuestra honra y gloria a la cultura. Por eso, por muchos envites que nos intenten ensuciar procedentes del egoísmo y la ignorancia, formamos parte preciosa de un proyecto común al que seguro le quedan bellas paginas por escribir. Pero no deja de ser tan curioso como didáctico que los que hoy tienen esto más claro sean nuestros emigrantes. Por todo lo expuesto, como no podía ser de otro modo, estoy en contra de que este país tan plural y peculiar se parta en tristes pedazos que por ser más pequeños serían menos plurales y, por tanto, menos peculiares y dichosos. Aunque no lo parezca por la larga introducción descrita que piropea a la España unida, esta columna no va por esos derroteros. Pero para decir lo que viene ahora, quería dejar clara mi postura por aquello del qué dirán. Y no porque tenga miedo o pudor a ese «que dirán», sino porque no me gusta que se me encasille en una casilla que no es la mía. Pero soy persona libre de ataduras patrióticas y a ello quiero sumar que la cárcel me horroriza y solo la veo adecuada contra ciertos autores de ciertos delitos. Pero eso sí, nunca me agrada la cárcel para los valientes; mucho mejor para los cobardes. De ahí que cuando analizo la situación del vicepresidente de Cataluña, Oriol Junqueras, y la comparo con el presidente de esta misma nacionalidad, Carles Puigdemón, medito sobre las extrañas reglas que rigen el destino de los hombres. Porque Junqueras, en su equivocación en mayor o menor medida, lo cierto es que es una persona que va de cara y ha luchado por lo que cree siempre, sometiéndose a la consecuencia que su postura política iba a engendrar, que no es otra que la pena privativa de libertad que está sufriendo en las penosas condiciones humanas que siempre conlleva el confinamiento en un Centro Penitenciario. Eso, guste o no, seguro es una postura heroica. Y el heroísmo siempre merece la concesión de privilegios; hay que encontrar formular para la libertad. Pero en cambio, Puigdemón, que siempre será rico sea parte o no de España, dice que lucha por lo mismo que el otro, pero se largó en cuanto pudo; y no precisamente a un exilio como los sirios, sino que, provocando desde la riqueza de su posición individual un enfrentamiento social, no se despeina lo más mínimo mientras vive como un emperador. E incluso se le concede el acta de diputado europeo otorgándosele una inmunidad procesal que le permite entrar al Parlamento Europeo como el héroe que no es. Que injusto es todo esto.

* Abogado