La emergencia climática se ha convertido en la primera preocupación de los más jóvenes, que corren el riesgo de vivir el futuro en un planeta caliente y con un aire irrespirable. Puesto que tal perspectiva ha dejado de ser una hipótesis y es ya una certidumbre si no se actúa con prontitud, representantes de la generación menor de 30 años han exhibido en muy poco tiempo una capacidad de movilización enorme, imprevisible hace muy pocos años, como ha certificado este fin de semana la cumbre juvenil del clima convocada en la sede de la ONU en Nueva York. La implicación en la sesión del secretario general, António Guterres, al lado de la adolescente sueca Greta Thunberg y otros jóvenes es algo más que un gesto protocolario y traduce la necesidad de un compromiso intergeneracional que obligue a los mayores a legar un mundo habitable. «Exigimos un futuro seguro. ¿Es demasiado pedir?», ha preguntado Greta Thunberg, cuya respuesta deben darla hoy los líderes mundiales en la cumbre del clima que también acoge la ONU. Y si tal respuesta no es categórica, compromete a los principales actores económicos y silencia a los negacionistas de la crisis medioambiental en ciernes, el proceso de degradación seguirá.

Para los jóvenes que han acudido a la ONU carece de sentido discutir sobre modelos climáticos. Cuanto sucede tiene poco que ver con un ciclo natural de cambios y bastante más con el coste de un modelo de crecimiento económico que daña el medio natural sin contención alguna, por más que una minoría de científicos a sueldo de intereses concretos intente demostrar lo contrario y sean las muletas de gobernantes negacionistas tales como Donald Trump y Jair Bolsonaro, entre otros, cuyo compromiso para sanear el futuro es inexistente.

Si el Acuerdo de París sobre cambio climático de diciembre de 2015, que firmaron 195 estados, justificó inicialmente la esperanza de que una rectificación era posible, la decisión del presidente Trump en el 2017 de retirar a Estados Unidos del acuerdo y el incumplimiento por estados y particulares ha devuelto la discusión a la casilla de salida. Ni las iniciativas de la Unión Europea, ni el programa del Gobierno alemán, ni las medidas adoptadas por China son suficientes y tienen la capacidad de contagio que se le supuso al Acuerdo de París. Además, la crisis que afronta la aldea global no tiene salida con soluciones locales o regionales.

Es un grave error presentar la movilización de los jóvenes como un episodio de recorrido limitado. Sobran razones para avizorar un porvenir distópico si no se introducen factores correctivos en nuestra forma de vida. Y resulta ser un ejercicio de irresponsabilidad y oportunismo político otorgar el mismo rigor científico a los modelos que pronostican el desastre y a los que lo niegan. En este caso, la ética de la convicción y la de la responsabilidad son una misma cosa y no hay subterfugios que valgan.