Ahora que cientos o miles de jóvenes (suponemos que son jóvenes aunque vayan enmascarados, pues para participar en esta fiesta hay que correr) se preparan para liarla el día 21 en Barcelona y en toda Cataluña, animados por un cerril e irresponsable president e inspirados por los chalecos amarillos franceses --en Francia el problema es otro, o al menos se protesta por un problema real--, cabe pensar dónde tiene la cabeza la civilización occidental, la del bienestar, la que no se preocupa de qué comerá o dónde dormirá mañana, la que sabe que sus hijos no morirán deshidratados en la frontera de Estados Unidos, y qué veneno hay en el ambiente que genera esta disposición al odio, al racismo, al agravio permanente. ¿Dónde ha quedado la razón?

Ya sabemos que la última oleada del independentismo catalán nació de un 3% mal digerido (y, por cierto, los promotores comisionistas del sueño republicano, algunos hoy millonarios, no están en la cárcel), y también sabemos que la incompetencia y desvergüenza de muchos políticos nos ha llevado primero al desapego, luego a los brazos del populismo. Vale, pero... ¿De verdad hay tanta gente convencida de que estas batallas merecen la pena?

Intento pensar en lo que de verdad le importa a la gente. Por ejemplo, esa frustración social y personal que debe ser la de tantos hombres y mujeres que declaran en las encuestas que no pueden tener los hijos que quisieran por la situación laboral y económica. Por ejemplo, ese sustrato de pobreza enquistado que no deja de ampliar la brecha de la desigualdad. Por ejemplo, la injusta situación del mercado laboral, que ahora vuelve a plantearse casi de chiripa, tras meses de un Gobierno y una oposición enredados en mil cruzadas estériles que han polarizado aún más a la sociedad. Por ejemplo, el envejecimiento de la población sin garantía de atención social. Por ejemplo, la fuga de los jóvenes. Por ejemplo, la violencia de género... Queda tanto por construir que resulta incomprensible ese afán de destrucción de la convivencia, que es el mayor signo de la civilización. Alguien se beneficia.