La fusión de múltiples factores políticos, económicos y sociales permite acreditar a una ciudad en su contexto histórico. Eso debió ocurrir desde mediados del siglo XIX en el valle del Guadalquivir. La expansión del ferrocarril en España con la construcción de la línea férrea entre Madrid y Cádiz, y más concretamente, el trazado del camino de hierro entre Córdoba y Sevilla supuso un serio avance para la agricultura de la comarca. Las estaciones levantadas en cada población iban a ampliar un reforzamiento de las comunicaciones, un transporte rápido de los productos agrícolas de la zona, cereales, cítricos, corcho, miel... Y un aumento considerable de la economía de los potentes terratenientes del lugar, quienes en contacto con los poderes fácticos de la nación llegaron al poder político. En el Congreso y Senado lograron representación las familias Calvo de León o Gamero Cívico.

Un tren que demandó nuevos puentes para acceder a sus estaciones. Sin duda alguna, el puente de hierro construido en 1885 sobre el Guadalquivir a la altura de Palma del Río supuso otro instrumento para el notable crecimiento poblacional, agrícola y de la escasa industria de la zona. No es de extrañar, que la Monarquía concediera el título de ciudad a Palma del Río un 31 de enero de 1888. Por tanto, una confluencia de factores elevó sinergias positivas, aunque, aún quedaban muchas desigualdades sociales por corregir.

Ahora, a principios del siglo XXI, factores coincidentes han fraguado un nuevo avance económico y social. El tren de alta velocidad, el nuevo puente de doble arco sobre el gran río, la modernización tecnológica del campo, el avance en regadíos, las nuevas tierras cultivadas, el aumento de la producción, el nacimiento de una potente agroindustria. Y evidentemente, unos nuevos responsables políticos que acertaron a ver los caminos del desarrollo y la justicia social. Así que, altura de miras y generosidad política.

* Historiador y periodista