Hoy, conmemoración de los fieles difuntos en la liturgia de la Iglesia, la tradicional visita a los cementerios, el recuerdo de los seres queridos, los cipreses y los crisantemos entre nichos y tumbas, miradas al pasado y, desde la orilla de la fe, a un futuro gozoso y esperanzador. Porque hoy es un día de paz y de gozosa esperanza, provocadas por el convencimiento de que hemos sido creados y de que, al abandonar este mundo, volveremos a nuestro Creador, porque, como nos dijo Jesús, Dios no es un Dios de muertos sino de vivos y nada perece de cuanto creó, sino que todo volverá a Él en la plenitud de los tiempos. Choca frontalmente esta visión con los paisajes actuales, con el trepidante caminar de nuestra hora, enfrascados en mil asuntos, en mil tareas. Sin embargo, esa pregunta difícil y angustiosa, «¿Y después qué?», sigue golpeando nuestras sienes, por mucho que queramos apartarla y olvidarla. Víctor Hugo escribió: «Una mujer va por la calle, ha criado a sus hijos y cosechado desagradecimiento; ha trabajado y vive en la miseria; ha amado y se ha quedado sola. Pero esa mujer está lejos de todo odio y ayuda a los demás como puede. Alguien la ve caminar y dice: ‘Esto debe tener un mañana’». Creo que es una magnífica formulación de esa repugnación y resistencia interior que sentimos ante el fin de la vida. Es demasiado grande el ser humano para que pueda desaparecer para siempre. Es la rebelión de Sartre que sube a nuestros labios: «El ser humano es un absurdo, porque lleva dentro de sí una grandeza, unos deseos de felicidad y de perpetuidad, hondamente grabados en su ser, que se rompen definitivamente en pedazos con la muerte». Es lo que reflejaba una esquela, probablemente redactada por alguien no creyente, en la que se recogía la frase de César Vallejo: «¡Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!». No es cierto. Alguien ha podido, la ha vencido desde una cruz y ha resucitado. Y ha proclamado: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en Mí vivirá para siempre». Los cristianos somos testigos de su resurrección, que brilla entre los cipreses.

* Sacerdote y periodista