El cínico puede empezar por negar la evidencia y puede terminar en la paranoia, retorciendo la realidad, tratando de hacer de lo que es --ideas, hechos, comportamientos-- exactamente lo contrario de lo que es. Esta actitud locoide puede presentarse, y suele hacerlo, en los extremos de la derecha y de la izquierda.

Como es sabido, en España no hay partido de extrema derecha, aunque aquí tenga abundante familia Marine Le Pen. La extrema derecha está englobada en el PP.

Eso explica que algunos peperos cordobeses hayan incurrido en paranoia al calificar de «minoría radical» a quienes postulan la titularidad pública de la Mezquita, cuando evidentemente son radicales --desgraciadamente no tan minoritarios-- quienes defienden la titularidad privada --por muy divina que sea-- frente a la titularidad pública, la del pueblo, la de la comunidad civil, la de todos.

Vamos a ir quitando capas a la mentira para llegar al corazón de la cuestión, a destruir un sofisma que puede hacer mucho daño.

En primer lugar hay que aclarar que titularidad pública no es equivalente a titularidad municipal, aunque pueda serlo en algunos casos. Pero evidentemente el ayuntamiento puede defender toda titularidad pública frente a cualquier intento de apropiación particular, por muy de la iglesia que sea. Tras esta aclaración que debiera ser innecesaria, hay una primera tarea: hacer entender a la opinión pública que los intereses de la iglesia no son los de la comunidad civil, que esos intereses no son los de todos nosotros, aunque se invoque la mayoría de bautizados, y no solo porque obviamente muchos de las listas de católicos no lo son, que eso de que el bautismo imprime carácter es solo válido de paredes para adentro; evidentemente no puede prevalecer sobre lo que yo piense y sea, como adulto formado, la circunstancia de que sobre mi cabeza de niño de días vertieran agua y pronunciaran fórmulas latinas.

Dos obviedades: primera, no todos los españoles somos católicos; segunda, aunque lo fuéramos, nuestra Constitución consagra la no confesionalidad del Estado. Y una tercera: a todos los niveles, en todos los campos, en todas las personas --y especialmente en los políticos-- lo público debe prevalecer sobre lo privado.

En cualquier caso hay que tener mucho cuidado, utilizar buenos filtros, con las propuestas de los grupos radicales de los nuevos epígonos del nacional catolicismo, que con sus débiles y malintencionados argumentos, pueden llegar lejos después de comenzar con atacar a la alcaldesa por intentar formar una comisión de estudio de la titularidad pública de la Mezquita, y poner al frente nada menos que a Mayor Zaragoza que tan brillantemente estuvo en la cúspide de la Unesco, y que tan buen defensor de los monumentos españoles en general y cordobeses en particular ha sido siempre. No cabe mayor ruindad que insinuar conexiones oscuras y negativas de Mayor con el mundo islámico.

Pero aunque nos defendamos de la paranoia de nuestra extrema derecha, de los grupos radicales ultracatólicos, no creo que sea necesaria la defensa de Demetrio cuya apelación al martirio no pasa de ser uno de sus muchos excesos verbales, pues evidentemente nuestro obispo no puede desconocer que nadie, absolutamente nadie, ha puesto en cuestión el culto católico en la catedral, como ningún francés pone en duda el culto en Notre Dame, aunque todos los templos franceses son de titularidad pública desde 1905.

No se diga que Demetrio ha apelado al martirio en defensa de los once millones y pico largo de euros que rinde el turismo con sus visitas a la Mezquita, el primer templo musulmán de Europa, porque eso sería muy grave, y que la iglesia recauda y administra sin impuestos ni auditorías.

Eso sí, lo que hay que decirle es que modere sus impulsos catequísticos y que no haga con los valores arquitectónicos de la Mezquita lo que haría un elefante en una cacharrería.

Bien están los cuadros y las imágenes de santos, mártires y vírgenes donde están bien, pero no se inunden de cuadros, imágenes y lápidas de más que dudosa categoría y de notoria inoportunidad la sobriedad y elegancia de las galería de columnas y lugares adyacentes de nuestra Mezquita, libres de toda imagen y de toda hojarasca, porque es verdad que en ella no han convivido religiones diferentes, pero si han convivido pacíficamente, durante siglos, aunque claramente diferenciadas, las arquitecturas católica y la árabe, si bien todo empezara con el mayor destrozo que ha sufrido la Mezquita en toda su historia, a manos, precisamente de quienes dicen haberla cuidado como nadie.

* Escritor y abogado