Nos gusta simplificarnos con cifras redondas porque son las que más fácilmente llegan a los afectos. Por ejemplo, encontramos hasta en la sopa películas sobre la vida de Enrique VIII y sus esposas. Pero una de las que guardo mejor recuerdo fue aquella Ana de los Mil Días, con Genevieve Bujold como Ana Bolena y Richard Burton como el carismático rey Tudor. Ya sabemos lo que dijo Eisenstein con sus Diez Días: conmover al mundo, necesitando el bolvechismo tres días más para darle el reverso a toda la Creación.

Aquí noventa y ocho se convertirán en cien. Muchos de los que han vivido este año invisible ya están entroncando su sevicia con aquellos cariacontecidos paseos de Spencer Tracy por las escombreras de Nuremberg. Y es que han surgido querellas por doquier contra el Gobierno, a veces de los mismos incendiarios que ha predicado la incoherencia. El Ejecutivo podrá tener su aprobadito raspado, si es que el tiempo es misericorde y no agria aún más los acontecimientos. Pero no hay suficientes motivos para lucir satisfacción en la pechera. En primer lugar, porque en la Carta de los Reyes Magos, se habrá de pedir un ábaco para calcular con exactitud el número de víctimas. Porque ese oscurantismo en los datos oficiales, ese malabarismo en los modelos establecidos pasará por ser uno de nuestros borrones en la gestión del coronavirus. Quedará también ese pecho descubierto con el que han tenido que afrontar la crisis el sector sanitario. Y la soberbia compartida, el verdadero motor de la pandemia, creyendo que la enfermedad podía controlarse, no con mascarillas, sino mirando simplemente por encima del hombro.

Cerramos el ciclo de esta primavera ausente, y celebramos la inquietante pastoral de los reencuentros. Quizá no sea tan malo que hay resurgido este instinto atávico, el miedo como primer factor de la protección. El miedo nos hace ingenuos. Y la ingenuidad nos hace antiguos. Volvemos a invocar las reglas para un porvenir incierto, acudiendo acaso a recetas de antiguos episodios. Y aquí la Corona ha querido tirar de la efusividad de tiempos pretéritos. Los Reyes tienen previsto visitar las 17 Comunidades Autónomas. A falta de giras de grupos consagrados, el Tour de los monarcas promete grandes emociones. Por lo pronto, entronca con las reminiscencias de unos predecesores jóvenes, saludados con los tics de las efusividades espontáneas, mezcladas con las rémoras de las concentraciones verticales. Si la mascarilla no lo impide, prometer buscar la cercanía con sus súbditos --palabra que a los propios Reyes debería dar repelús--, buscando ese tiempo perdido que tejió el confinamiento. La Casa Real indica que pretende incluir en su recorrido las Tres Mil Viviendas, otra cifra redonda; para que le corten la cabeza, no a la Bolena, sino a los prejuicios.

Estamos convalecientes para sentirnos monárquicos o republicanos; para encaramarse al madridismo o hacer sangre en la depresión de los culés. Estamos atrapados en los veranos retrotraídos, donde solo la bizarría del seíllas nos permitía alcanzar la Costa del Sol. Para una cosa sí estamos escarmentados: de tanto escucharlo por los siglos de los siglos, sabemos a ciencia cierta que este será un otoño caliente. Para avanzar en este puzle de rarezas, no queda sino purificarnos en una noche de San Juan sin hogueras. Lo bueno es que los deseos no se someten a las cifras redondas.H

* Abogado