Después de tres meses apartado por la baja paternal, Pablo Iglesias volvió el sábado en un mitin a la primera línea política con un recibimiento coral por parte de sus lugartenientes y un cierre de filas ante la grave crisis que sufre el partido. Iglesias habló en varias ocasiones de los «momentos difíciles» por los que pasa Podemos -solo queda él de los cinco fundadores- e hizo autocrítica por las peleas internas en busca de cargos, por el funcionamiento de la organización como los viejos partidos y por «haber decepcionado a mucha gente». Su discurso recuperó la radicalidad atenuada últimamente, pero mostró su intención de participar en el próximo Gobierno con una dura crítica a un eventual pacto entre el PSOE y Ciudadanos. Reiteró su política sobre Catalunya pronunciándose por el derecho a decidir y porque en España no haya «presos políticos», al mismo tiempo que criticaba la unilateralidad independentista. Pero su mayor denuncia fue la de que en España hay una «democracia limitada» en la que 20 familias, la banca, las multinacionales, los fondos buitre y los propietarios de los medios de comunicación mandan más que el Parlamento y sugirió que la crisis de Podemos responde a la decisión de esos poderes ocultos de impedir que los Presupuestos pactados con el PSOE pudieran aprobarse. Una requisitoria en toda regla «contra los poderosos» para intentar reanimar el voto a la izquierda del PSOE.