Fijaos, desde la autovía, en todos esos «parques infantiles» donde crecen columpios, toboganes, distracciones de toda gama y color, para el niño contemporáneo (y la niña de Rajoy), esa criatura que vive a todo trapo, acelerado, infatigable, impaciente. ¿Dónde estaban los columpios cuando yo era niño? Cago en la mar. ¿Y los dibujos animados? ¡Una semana nos hacían esperar los cabrones, para abrazar de nuevo el sábado la musiquilla de una serie de monigotes en acción! Para el martes ya nos habíamos olvidado. Ahí está la llave de todo esto: no necesitábamos con urgencia el siguiente capítulo. Vivíamos el directo como nadie. ¿Éramos menos felices?

El mantenimiento y auge del estrés y la prisa es la demostración más clara de los fracasos en la evolución del ocio, la organización del trabajo y la actitud vital de los ciudadanos. ¿En qué supera una Play a una tragaperras? Esta última, al menos, parece honesta en su estilo, poética. Fijaos que entran en juego, nunca tan incidentalmente dicho, movimientos y pasiones tan válidos o más que los proporcionados por los muñegotes de la Play. Sin olvidar que los problemas con «el juego» afectan a personas adultas. Mientras que los niños se hacen adictos frente a sus papis, que se limitan a proporcionarles «lo necesario», nunca mejor dicho.

No dejo de sonreír sobre el váter cuando recuerdo un punto del programa electoral de Podemos: promoción del videojuego. A-co-jo-nan-te, señoras. Se me presenta como un... deliberado insulto a sí mismos, una inconsecuencia de mal gusto. Porque, repasando a medias algún debatito, he de admitir sin extravagancias la muy superior calidad como orador, comunicador, en fin, persona lógica de la vida, del señor Iglesias. Pero esto de promocionar las tonterías...

En fin. Tengo demasiado clara la ridiculez de este asunto como para discutirlo con su artífice, al cual solo me limitaría a preguntar: ¿qué te metes?

* Escritor