La muchacha esperaba en una esquina, llegó él y le aclaró que ella no había puesto los últimos mensajes del wasap, la fórmula de comunicación que los unía cuando estaban alejados. Otro joven, por el móvil, le explicaba a la chica que estaba al otro lado del auricular que le tenía que haber dicho que no era necesario que él la esperara si no quería. Solo una joven pareja que iba paseando se hablaba con la palabra --«que si voy es para que estés conmigo»-- sin aparato alguno. La humanidad está unida ahora por el smartphone, el teléfono inteligente móvil, antes portátil, al menos desde mayo de 1995 en que tuve que hablar, en mitad de la calle, con mucha vergüenza, por ese aparato. Al año siguiente, cuando fuimos a Italia en busca de las huellas de nuestro Séneca en el bimilenario de su nacimiento, 1996, lo que aquí era el comienzo allí era la consolidación de un estilo de comunicación perenne porque veías a todos los jóvenes hablar sin nadie a su lado. El futuro que nos iba a unir allí era presente. Luego, al cabo de un tiempo prudencial, nos hablaron de las redes sociales y de los amigos que podías tener con ellas, a los que ibas a felicitar en su cumpleaños aunque no los conocieras y aunque siempre caminaras solo por la calle. Fue el momento en que las enciclopedias dejaron de tener sentido porque todo estaba en Internet, al que estábamos continuamente enganchados hasta para escribir, aunque fuera copiado. El salto de Chiquito de la Calzada a la popularidad que unió a toda España fue en 1994, cuando tanto los móviles como Internet y las redes sociales aún no nos habían enganchado a ese estado de dependencia que puede traducirse en comienzo de memez inevitable. Menos mal. Quizá por eso Chiquito pudo conducirnos a todo el país por el atractivo sendero del filtro pecador de la pradera, del ¿te dah cuen? y del condemor de después de los dolores porque su humor no puedor era una acracia sin memes en la que solo podía reinar la imaginación y la sonrisa espontánea y libre, que no debía nada a nadie, ni todavía a las redes sociales, que te obligan a poner «me gusta» en cualquier chorrada. Chiquito, antes que el Mundial de Sudáfrica de 2010, y el procés de la Cataluña de 2017, ha sido el ciudadano que más ha unido a la población española desde aquel verano de 1994 en que transformó la manera de contar chistes y al que un día, en el desayuno de un hotel de Antequera, le ví de cerca su tristeza tras la muerte de su mujer. El wasap ha unido a los españoles con una amistad no presencial; el Mundial de 2010 hizo que sacáramos la bandera española a los balcones, lo mismo que lo ha hecho el procés de esa Cataluña llena de extremeños y andaluces; pero ha sido el condemor de Chiquito de la Calzada el que en su día unió a este país con una sonrisa tan surrealista como natural. Que todos colgamos de nuestro balcón.