Hace unos días me aventuré a hacer ruta de montaña en la que el objetivo era alcanzar la cumbre del Veleta, enfilando a pie por la carretera más alta que fue de Europa y luego subir entre pizarras, mármoles y rocas volcánicas. Esa tierra oscura que ahora casi sin nieve, en pleno febrero, está sorprendentemente al descubierto. Llevaría no más de la mitad del camino cuando empecé a sentir algo molesto en el talón. No era insoportable, no me hacía la caminata imposible, no me dolía, pero era lo suficientemente incómodo en cada zancada como para distraerme de la belleza del entorno, del paisaje y de la sensación de libertad, quedando presa de una incomodidad tan pequeña como persistente: se había colado una chino en mi zapatilla. Me empecé a pelear con él a cada paso, moviendo el pie de vez en cuando como si tuviera el mal de San Vito, tratando de resituarlo, pero el chino volvía una y otra vez al talón. Aguanté tozudamente hasta el final del trayecto y cuando por fin me quité la zapatilla me di cuenta del malestar que, sin necesidad, había sufrido y lo que en el camino me había perdido.

El segundo día me volvió a ocurrir lo mismo, así que cuando la molestia, tan insignificante como persistente, volvió a distraerme a cada paso, decidí parar, sentarme en un risco y dedicar un tiempo a sacar de allí el insignificante guijarro. Era pequeño, diría que minúsculo, pero tenía una punta afilada que se me clavaba a cada paso, provocando una finísima punzada en el talón que me desconcentraba de todo lo demás.

Nunca había experimentado el significado literal de «tener un chino en el zapato», ni me había parado a pensarlo, pero créanme que ahora lo entiendo. Hay veces en la vida en las que, de repente, cuando todo está controlado, cuando todo está saliendo según lo previsto, cuando tus decisiones son las adecuadas y hasta cuando la vida te sonríe y vas directo a la cima, un minúsculo guijarro, una insignificante piedra del camino, se cuela en tu zapato.

Al principio no te das cuenta, luego empieza a moverse dentro y hasta puede que se coloque en el talón - ¿de Aquiles? -, en ese punto vulnerable o débil que todos tenemos y es entonces cuando descubres que todo lo que estaba perfecto, deja de tener sentido.

O te arriesgas a soportarlo, o te decides a sacarlo de tu zapato. Convivir con él es muy complicado y además al final descubres que no merecía la pena hacer con él tu camino. Si te lo sacas, es como reconocer que te ha ganado la partida.

¿ El chino siempre gana?... Puede. Ustedes deciden qué hacer con el suyo.

* Abogada