Durante la larguísima precampaña padecida, el jefe del PP ha ido introduciéndose en todos los charcos. Empezó con las ambigüedades sobre la cuantía de la subida de las pensiones que determina la Constitución. Continuó difundiendo sus certezas sobre lo que hará con la momia de Franco --un dictador que no puede usufructuar el llamado Valle de los Caídos porque no fue un caído sino un promotor de numerosos caídos--, con la legislada memoria histórica, las cunetas y los paredones de «los grandes cementerios bajo la luna» (Bernanos). Mostrándose en esta cuestión con menos claridad y contundencia que el mismísimo Papa Francisco. Y remató la faena el líder Casado --aunque rectificase a los pocos momentos del dislate-- cuando se le escapó la idea de bajar el salario mínimo 50 euros, aproximadamente. Unas actitudes incomprensibles en quien obtuvo la licenciatura universitaria y los másteres subsiguientes en un santiguo y tiene por mentores a la exalcaldesa Aguirre y al expresidente Aznar, el cual lo considera el discípulo amado en quien tiene puestas todas sus complacencias.

Dicen los que viven cerca del «centrista» menos centrado de nuestra cuarentona democracia que los lapsus se deben a que cada día está más estresado con los continuos viajes del sur al norte, o a la viceversa, y las encuestas que le vaticinan --ya veremos lo que deciden los indecisos-- un espectacular resbalón, mientras Vox --gentes criadas en sus pechos-- crece como la mala yerba.

Sea por lo que fuere, los mentados dislates, las meteduras de pata cotidianas son tan épicas como incomprensibles, porque si un aspirante a gobernarnos no sabe que en las campañas electorales hay que insuflar a los potenciales electores el convencimiento de que con él en la Moncloa todo el monte será orégano, entonces está perdido e incapacitado para presidir el Consejo de Ministros. Si no sabe hacerlo y se dedica a hablar en público de recortes en vísperas de las votaciones, es evidente que vive en las Batuecas remedando al que asó la manteca.

En tiempo de mítines hay que tirar al degüello del adversario mientras se promete el oro y el moro a los pecheros que ostentan la soberanía popular. Una vez logrado el poder --antes, no -- es cuando debe venir el tío Paco con las rebajas, todas ellas explicadas con el argumento de que desconocía que estaban exhaustas las arcas del erario público y todas las cuentas falseadas. Situación que, como es natural, resulta un obstáculo insalvable para cumplir las promesas difundidas durante las vísperas de los comicios y que, por tanto, han de quedarse en agua de borrajas.

Este hombre no ha aprendido nada de sus antecesores Fraga, Aznar, Rajoy o el novato Juanma Moreno. Este hombre será un empollón, sabrá escoger a majos, toreros o agrias comunicadoras para nutrir sus listas electorales pero no merece que se consoliden sus codiciosas aspiraciones, las cuales se hallan de capa caída desde que el reaccionarismo que nutría al conservadurismo hispano con cerca de 3 millones de sufragios --el cómputo siempre lo hicimos extrapolando las decisiones de nuestros vecinos franceses--, decidió emanciparse y recoger velas, sin medias tintas, a cara descubierta, enalteciendo el legado de la dictadura que tanta nostalgia y entusiasmo produce en un puñado de españoles que, desde las Cortes gaditanas del XIX, se consideran exclusivos patriotas de garabatillo.

* Escritor