Hay diagnósticos tan terribles ante los que solo querrías cerrar los ojos. Permanecer con los párpados bajados y convencerte de que no es verdad. Todo ha sido una pesadilla. Los abriré y nada habrá pasado. Recuperaré la vida que tenía hace unos minutos. Esa que parecía tan pequeña pero que, cuando temes que se escurra entre los dedos, tan extraordinaria se torna.

Enfrentarse al diagnóstico de un cáncer, propio o de alguien amado, es iniciar una lucha que nunca elegiste. Llena de miedo y dolor. También de esperanza. Una batalla para la que nunca te prepararon y frente a la que te sientes desnuda, sin armas ni protecciones. Solo queda confiar en los demás. En las personas que te apoyan y, por supuesto, en la medicina. En esos hombres y mujeres de bata blanca que te acompañan en cada paso. En las pruebas, en la operación, en el tratamiento, en las revisiones… Especialistas en los diferentes campos a los que solo queda agradecer sus conocimientos y su atención. En la inmensa mayoría de los casos, siempre próxima, siempre cálida. La celebración del acto naturópata Un mundo sin cáncer. Lo que tu médico no te está contando resulta especialmente dolorosa. Un insulto para los médicos, pero, sobre todo, para los que sufren los estragos del cáncer. Con trucos de vendedores de crecepelo pretenden colarse para hacer caja en la desesperación, cuando bajas los párpados negando la realidad. Pero cerrar los ojos no cura.

* Escritora