Antes de la guerra, Siria tenía 22 millones de habitantes. Ocho años de devastación han creado seis millones de refugiados internos y otros seis que han abandonado el país. Desde Europa, la llegada de refugiados sirios está siendo falazmente presentada como una avalancha hasta alterar la agenda política de los países de la Unión. Además, muchos países vecinos de Siria quieren blindar sus fronteras. Turquía, por ejemplo, que tiene un acuerdo con la Unión Europea para dar acogida a refugiados, ya ha anunciado que piensa mandarlos a todos de vuelta a Siria y en realidad ya lo está haciendo, reasentándolos en territorio sirio controlado por Ankara. En este caso, el objetivo del Gobierno de Erdogan no es tanto quitarse presión demográfica de encima, sino cambiar la estructura poblacional en su frontera en detrimento de los kurdos. Una de las consecuencias de esta guerra, que aún no ha acabado pese a los repetidos anuncios de su próximo final, será la del cambio demográfico en Siria, un país con una considerable diversidad de población y de religión. Estos son cambios que llevan consigo la semilla de futuras colisiones, especialmente tratándose de la zona del mundo con mayor conflictividad.