Vamos caminando por la vida, arrastrando en ocasiones los pies, sin seguridades, sin conocer bien el horizonte, entre fríos extremos y fuegos, azotados por las olas encrespadas de las ideologías, entre persecuciones e incomprensiones, amenazados por las tormentas y las nieblas. Antonio Machado plasmó esta situación en un espléndido poema, al que pertenecen estos versos: «Así voy yo, borracho melancólico, guitarrista lunático, poeta y pobre hombre en sueños, siempre buscando a Dios entre la niebla». No se podría expresar mejor, con mayor acierto y con una reflexión servida en bandeja. El gran deseo del hombre es ser feliz, estar cerca de Dios, encontrar el sentido de su vida, el origen y el final de sus días, sus raíces y sus ramas. Hay en nosotros un deseo inmenso de eternidad. Es una angustia caminar sin saber por qué, ni para qué, de vivir sin ideales y sin valores. Ya hablaban los existencialistas de náusea y angustia. El existencialismo es hijo de Francia y está representado, sobre todo, por Jean Paul Sartre y Albert Camus. Ya antes habían existido intentos en Europa con Kierkegaard y Schopenhauer, Sartre es expresión de un existencialismo ateo, Camus, en cambio, lo es de un existencialismo humano. Con Sartre no hay esperanza alguna: «Aún cuando Dios existiera nada cambiaría», dice él. Al hombre no puede salvarle ni siquiera una prueba verdadera de la existencia de Dios. Albert Camus, el gran filósofo y escritor, denuncia, más bien, el sentido de totalidad del ser humano: «Ningún hombre es libre y señor de su vida. No es el centro de nada y menos de sí mismo. El hombre sin Dios es un solitario sin amo». Estar cerca de Dios se ha convertido en uno de los grandes deseos y retos de la vida desde siempre, porque junto a Dios nos sentimos regados, florecidos, llenos de vida y de plenitud. Para estar más cerca de Dios tenemos un camino muy sencillo y seguro: la oración, ponerse de rodillas ante Él y descalzarse como Moisés en el monte Horeb. Cuando nos falta la oración sincera acabamos por ser odres vacíos, como dice el profeta Jeremías. Quizás, por eso, tiene siempre tanto éxito, el himno-plegaria, «Cerca de Ti, Señor...». Es un himno muy conocido porque dicen que lo tocaba la banda de música del famoso barco Titanic, cuando este se estaba hundiendo, como despedida, oración y deseos de ponerse en manos de Dios en el cruel momento en que el mar amenazante, helado y en plena noche, era el único destino posible. El Titanic se hundió a los cuatro días de zarpar, en las aguas congeladas de Terranova, en el Atlántico norte, la noche del 14 al 15 de abril del año 1912, como consecuencia del impacto con un iceberg. El himno fue escrito por la actriz inglesa Sarah Flower Adams y se inspiró en un pasaje de la Sagrada Escritura, que recoge el encuentro o la lucha de Jacob con el ángel. El violín con el que el músico y director, Wallace Hartley, tocó la melodía en el Titanic, con sus seis compañeros de orquesta, antes de hundirse, apareció en el fondo del mar, dentro de su estuche y atado a su cuerpo, cuando ya se había dado por perdido y sin esperanza alguna de encontrarlo. Había sido un regalo de su prometida, como pudo apreciarse en la inscripción que llevaba grabada en la parte de atrás: «Para Wally, con motivo de nuestro compromiso». Ahora que la vida es incertidumbre colectiva, búsqueda entre encantos, y grandes fracasos entre terribles desencantos, bueno será recordar la letra de los primeros compases del famoso himno: «Cerca de Ti, Señor, yo quiero estar; tu grande y tierno amor quiero gozar. Llena mi pobre ser, limpia mi corazón, hazme tu rostro ver en la aflicción. Mi pobre corazón inquieto está, por esta vida voy buscando paz, mas solo Tú, Señor, la paz me puedes dar. Cerca de Ti, Señor, yo quiero estar...».

* Periodista y sacerdote