La primavera ha estallado con su óleo multicolor, donde el olor a azahar y de múltiples aromas de rosas y flores nacientes lo invade todo. Unos días preñados de luz y también de chubascos intermitentes. Atrás quedaron las noches oscuras de un invierno tardío también bañado en aguas, que ha regado milagrosamente nuestras tierras áridas y sedientas. La ciudad está engalanada con sus mejores prendas en estos días donde la fiesta de las Cruces, con su pasada algarabía incesante día y noche, ha dado paso a aquellos lugares recónditos, escondidos en callejuelas y patios de lo que fueron las antiguas casas de vecinos, colgando de sus paredes interiores múltiples macetas y tiestos rebosantes de vida hecha color, porque las plantas y los árboles nos hablan y entonan leves susurros de lo que solo falta prestar atención, para aprender de ellos sus enseñanzas milenarias. Una cultura que inconscientemente lleva demasiado tiempo maltratando y dándole la espalda a la naturaleza. Ríos de gente con otras costumbres, idiomas y sentimientos nos invaden en silencio, y apenas rozan nuestras vidas, porque somos incapaces de compartir esos momentos con quienes nos visitan de forma fugaz.

Al final las ciudades son la casa de quienes las habitan. Imponen sus costumbres y modo de ser, y los centros urbanos, en definitiva, son su escaparate. Pasear por ellas y concretamente en esta Córdoba contradictoria, pero sublime, y enjaretar Cruz Conde, calles aledañas, y otros lugares del centro, me hacen ver que estoy en una ciudad fantasma, en desbandada.

Demasiados locales cerrados, como heridas en la piel de edificios que en algún momento albergaron negocios florecientes con su comercio propio. Vidas de personas que solo pertenecen al tiempo, y también historias de amor y odio, como envites de dos púgiles que se acometen. Da pena pasear por el centro de Córdoba, y cualquiera que visite esta ciudad milenaria, en esta zona casi abandonada, la conclusión que sacará será de desaliento y de pena. Es una pescadilla que se muerde la cola. Esta sociedad civil ausente. Regidores que olvidan el centro de la ciudad porque creen erróneamente que no pertenecen sus habitantes a su espacio electoral. Empresarios que huyen del riesgo excesivo. Banqueros que no les prestan el dinero necesario para poder invertir en progreso y riqueza para todos. Franquicias que lo copan todo. Una Córdoba dando tumbos entre los cangilones de la noria de la historia. Y uno se pregunta, hasta cuándo y por qué y hacia dónde vamos sin rumbo, sin un proyecto de ciudad y un sentimiento colectivo de que la mejora del vecino también me beneficia.

Pasear por sus avenidas, calles principales y accesorias, Cruz Conde, bulevar del Gran Capitán, Tendillas, Jesús y María, etc., se convierte en un placer difícil de describir, aunque nuestras miradas se tropiecen, ante tanto local de negocio cerrado y muchos en estado de completo abandono, que convierte esos lugares en fantasmagóricos. Heridas abiertas de ciudad perdida en el laberinto de la historia, con un presente varado, como barco entre el hielo de la Antártida de la indiferencia. Un camino perdido ante ese futuro que le chilla al oído para que reaccione de una vez.

Córdoba hay que compararla como la noria de nuestro río, que tuvo su esplendor en épocas pasadas, y que únicamente se detenía por la noche, cuando a la reina Isabel I de Castilla la perturbaba en su sueño, donde residía en el Alcázar antes de la toma de Granada. En los años 60, el Ayuntamiento la rehabilitó íntegramente para después caer en el lamentable estado de abandono que tiene en la actualidad, como esqueleto arqueológico, sucia y llena de residuos. Una imagen no muy gratificante para éste enclave Patrimonio de la Humanidad. Paz y bien.

* Abogado y académico