Aunque aún no he llegado a la hoja del nueve, empiezan a ser frecuentes las celebraciones de centenarios de amigos que fueron míos. Primero Gloria Fuertes, y este año Leopoldo de Luis, con el que fui contertulio semanal durante dos años, y Antonio Povedano, compañero del alma compañero durante muchos.

Me acaban de devolver el cuadro de mi propiedad El Monumento, que ha estado brillantemente presente en la magna exposición, como en su día estuvo con el selecto lote de España en la Bienal del Mediterráneo, El Cairo, 1955. El cuadro es muy significativo dentro de una estupenda etapa del pintor; para mi gusto, una de las mejores.

Su vidriera Las XII tablas, hecha para mi despacho y perenne en él, no pudo ser fotografiada satisfactoriamente para la exposición por la configuración del lugar en que se encuentra.

En cambio, sí pudo estar, y no lo ha estado por un exceso de pudor y humildad por mi parte esto. El perfil en línea que Povedano me hizo en 1955 para mi libro Cayumbo estuvo en su exposición madrileña de Urbis y debió estar en la cordobesa recientemente clausurada por un motivo excepcional. Antonio me repitió el mismo perfil, también en dibujo lineal, más de treinta años después. Este segundo dibujo no es interesante por mis evidentes deterioros, sino por la comprobación del paso del tiempo en el pulso y en el hallazgo del parecido en Povedano. Difícilmente se habrá dado otro caso semejante.

A Povedano lo conocí desde sus comienzos y conocí su anécdota inaugural. Charlaban los miembros del jurado una vez adjudicada la ayuda de la Diputación Provincial a un aspirante con nociones y alguna destreza y Antonio pidió la palabra. Cuando se la concedieron con cierta sorpresa, alegó que frente a los que tenían alguna experiencia y algunas posibilidades, quienes no tenían ninguna y ninguna oportunidad, como él mismo, jamás podrían obtener la ayuda oficial. Antonio Peralbo, el médico, encajó perfectamente la alegación y fue a la Diputación quejándose de la injusticia. Todo esto motivó que se le concediera a Povedano su primera subvención, la que puso en movimiento su imparable carrera. Como bien nacido que era, Antonio Povedano agradeció a Peralbo toda su vida aquella gestión.

Desde aquella primera salida del terruño prieguense y aquellos primeros trabajos de formación académica, la carrera de nuestro pintor fue ya imparable. Había una enorme voluntad, motor de todo, que ya no paró nunca.

En las dos nutridas y magníficas exposiciones recientemente clausuradas, hemos podido contemplar y considerar su extensísima obra: los retratos imaginarios encabezados por el nada imaginario de Juan Belmonte; los dibujos de casas, cosas y personas; los retratos en líneas de escritores; los retratos pintados (yo vi concluir el de Cela, realista entre abstracciones, en el domicilio del escritor); personajes irreconocibles (comedor de melón, pescador de caña, comedor de sardinas...); murales de la Universidad Laboral; la gran vidriera de la letanía lauretana; la vidriera musical del Conservatorio; altares; las obras que estuvieron en la bienal de Venecia de 1958; los picadores de toros barrocos y terribles; los muchos paisajes de los más variados rincones; los paisajes de largas pinceladas gestuales (de unos y de otros era capaz de enseñar en Priego y en la curva más cerrada de una carretera transitada); campesinos casi abstractos y dibujados; guitarras horizontales, verticales y en carteles; bailaoras esfumándose marcando el paso; cabras oliendo la de Picasso; águilas fuera de escudos; viñetas con abstracciones, edificios y personas; amaneceres y atardeceres; y notas, muchas notas.

Povedano no era raro, pues era hombre de tertulias y de medios de vino, lo raro era su profunda manera de vivir y pintar. Una disciplina espartana que no estaba muy a la vista. Y que no es muy común entre nosotros.

Antonio cantaba muy bien flamenco, pero no se prodigaba; yo creo que lo escuché solo un par de veces. A menudo era llamado a formar parte de jurados. Recuerdo la perplejidad de aquel concursante que fue interrumpido por aquel miembro del jurado de aire un poco oriental, mayor, muy serio y respetable, que sencillamente le dijo que aquello no era así. Y se lo cantó como debía ser.

* Escritor y académico numerario de la Real de Córdoba