Joven andaluz bibliófilo y documentalista, avecindado en Madrid ha tiempo: "Los libreros de viejo catalanes son los mejores de España: altamente concienciados, formales, vocacionados-" Testimonio a la vez riguroso e imparcial, expresado desde un hondo amor a la "España grande", aquel que albergasen algunas de las almas más trementes del Principado en su andadura contemporánea.

El día en que el cronista escuchaba con satisfacción el mencionado juicio, se identificaba también en buena parte con el reproducido por la prensa en la misma fecha, salido de los labios pontificales del denostado --hoy...-- Durán i Lleida: "Cataluña más que el impulso separatista experimentó siempre el de liderar la regeneración nacional, bien que siempre se encontrara en tal afán con el muro infranqueable de la incomprensión del resto de la sociedad hispana". Menos en el adverbio, el articulista --importará repetir-- refrenda, modestamente, la aseveración del líder del minoritario, pero admirablemente activo partido Unió, de añosa cepa demo-cristiana.

En efecto, en más de una coyuntura, las avanzadillas ideológicas y culturales del Principado contaron con el respaldo entusiasta de ilusionados sectores al Sur del Ebro, enrolados en la empresa palintocrática de alzar otra vez a España sobre el pavés de la "Gran Política", abierta a espacios internacionales. La pulsión e, incluso, a las veces, la querencia independentista de ciertos círculos catalanes se contrapesaron y a menudo se diluyeron en dicho propósito común. Mas, por desgracia, tales empeños pronto se agostaron en el híspido clima del recelo de la Meseta y del hiperestésico del agravio del Principado.

Pero, afortunadamente, el mañana no está aún escrito. ¿Cabría, pues, volverlo a intentar? Por supuesto que sí. En el mortecino y tábido panorama nacional, ¿existiría un esfuerzo más noble y necesario que el acometido por una Catalunya en sintonía con el resto del país a favor del reencuentro estimulante con los talantes y sentimientos que un día asentaron las mejores horas del reloj de nuestra historia? Sería difícil negarlo. Desde el respeto más solícito por las tradiciones y hábitos que configuran la singular personalidad social, económica y cultural del Principado y sin renegar de la identidad e historia de las demás piezas del rico mosaico hispano, minorías investidas de la responsabilidad de una coyuntura en verdad trascendente de la vida de la comunidad nacional no deberían cejar por devolverle la fe en sus destinos y solidaridad en la prueba. Un recuento de los efectivos refrendaría en ancha medida la aspiración de Catalunya a acaudillar el envite. No en balde figuró a la cabeza de España a lo largo de toda la contemporaneidad. Pese a ello, si en el momento urgente y perentorio de escribir una página positiva en la trayectoria en un país con grave riesgo de desahucio no se contara con la generosidad y elevado espíritu de las esferas más capacitadas, resultaría evidente la imposibilidad del quehacer ineludible de insuflar en la nación un viento de esperanza. ¿Sobre quiénes recaería en dicho trance la maldición de la Historia? Mejor es no imaginarlo y seguir apostando por la "España Grande" de Prat de la Riba y Maura, de Maragall y Unamuno, de Canalejas y Cambó, de Pla y Marañón...

* Catedrático