Siendo estudiante del instituto Aguilar y Eslava de Cabra, a principios de los 90, una de las actividades que me parecían más estimulantes y productivas eran los debates que, de cuando en cuando, fomentaban mis profesoras de Historia y los de Filosofía. Los temas propuestos eran de lo más diverso (cuestiones éticas, temas de actualidad...), y no era raro que acabaran derivando hacia cuestiones políticas.

Uno de los asuntos más recurrentes ya por entonces era la cuestión regionalista o nacionalista-separatista, eterno debate nacional en España desde la crisis de 1898, que no ha dejado de dividirnos y enfrentarnos a los españoles.

Precisamente, cuando tomé conciencia política y social allá por mis 14 ó 15 años, tuve claro que el Estado de las autonomías, de no ir acompañado por un fomento de todo lo que nos une a los españoles y de nuestra rica y larga historia común, acabaría en desastre. Esa era mi postura en tales debates, y no pocos la calificaban de exagerada, alarmista o incluso extremista. Ya en la Universidad, mantuve mis ideas, y las posturas contrarias eran incluso más numerosas.

Hoy, como profesor de Geografía e Historia en el mismo instituto, observo estos días cómo aflora espontáneamente y con cierta timidez el patriotismo entre bastantes de mis jóvenes estudiantes. Y contemplo en la distancia, como docente y como patriota, con una extraña mezcla de sentimientos y, sobre todo, preocupación, los acontecimientos que se vienen produciendo en Cataluña (con una violencia latente que va in crescendo), entre otros la movilización y manipulación flagrante de los estudiantes catalanes por parte de profesores separatistas. Un despropósito surrealista que algunos veíamos venir hace décadas.

¿Por qué no se ha puesto coto en todos estos años a la deriva separatista del Estado de las Autonomías en Cataluña y otras regiones españolas? ¿Por qué se ha dejado crecer el sentimiento separatista hasta un extremo, el actual, que va a tener repercusiones sociales, políticas y económicas gravísimas para todos?

Reflexiones similares han realizado intelectuales como el exministro de Cultura, César Antonio Molina, o el escritor Arturo Pérez Reverte, reivindicando que los gobiernos centrales debían haber intervenido antes, no ya en suspender la autonomía, sino al menos intervenir la competencia de enseñanza, pues, tal como ha declarado recientemente el hispanista de la Universidad de Oxford, John Elliot, la enseñanza de la Historia de Cataluña ha sido manipulada durante décadas en pos de intereses privados. Y añade, que en el actual momento político, el separatismo catalanista trata de presentarse como víctima --cuando es verdugo-- a través del control del sistema educativo, de la influencia de los medios informativos y de la intimidación, aliado con movimientos extremistas de izquierda de todo tipo y lugar.

Sin ninguna duda, los intereses a que alude el profesor Elliot son los de la alta burguesía catalana, fomentadora del separatismo para sacar provecho económico de la debilidad del Estado central, e intereses de partidos políticos engordados durante décadas en torno a un ambiente asfixiante de nacionalismo-separatismo y -a la vista de los tribunales está- de corrupción económica galopante.

Pero además, no cabe duda ya que los distintos gobiernos centrales han estado décadas haciendo dejación de funciones y regateando con los separatistas (denominados «soberanistas» hasta hace poco) en pactos de gobierno que también han contribuido a llevarnos a los españoles a esta situación de alta tensión.

Mi opinión, empero, es que el proceso separatista no va a llevar a la independencia de Cataluña, sino que forma parte de una suerte de guión pactado entre bambalinas que va a llevar a la refundación del Estado en un proceso de confederalización, la segunda transición que algunos mencionan desde hace dos años, en el que se va a sancionar una España de dos o tres velocidades, debilitada como nación; con regiones ricas, más ricas; y regiones pobres, más pobres. Todo ello revestido de un «diálogo» que comenzará el lunes. Pero que no resolverá ni siquiera a medio plazo la tremenda e irresponsable fractura social a que se ha visto abocada toda la sociedad catalana y parte de la del resto de la nación, por la irresponsabilidad, cobardía e intereses privados de unos pocos, en una España que quedará seriamente debilitada.

Y es que, tal como dijo en 1973 con extremado cinismo el influyente secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger (según cita la doctora en Comunicación y Periodismo, Cristina Martín Jiménez): «una España fuerte es una España peligrosa». Y a la vista está que hay intereses privados, no solo dentro de nuestras fronteras, a los que eso no interesa.

* Profesor e historiador