La cuestión catalana parece contenida, pero sin solución. Tras el lloriqueo de Junqueras que tanto recordaba a Arias Navarro, el aborto independentista une en idéntico plañir la representación de parecidos farsantes, pero aun así o quizá por ello, resulta difícil sustraer unas líneas a la cuestión constitucional en que parece devenir aquella. Desde luego debo manifestar mantengo inalterada mi intranquilidad e insatisfacción por el resultado del bien llamado proceso soberanista y su aparente fracaso, incluso su teatralidad algo chusca, por no decir dramática. Creo que a partir de la decisión del Gobierno catalán comienza una cuenta atrás irreversible, imparable en su devenir histórico.

A la vez habrá de constatarse el fracaso de una Constitución vigente durante 36 años y ni uno más con la conformación actual. Es verdad, nació con vocación de convivencia y respeto, pero incapaz de durar otra generación. Resultó eficaz para construir el más largo periodo de paz con bienestar desde 1700, permitiendo desconocidos parámetros de libertad, democracia y desarrollo, pero ahora es instrumento inútil para conservar lo construido. De manera que en efecto es tiempo urgente de modificarla y constatar también el fracaso de las instituciones, del juego de poderes y contrapoderes que definen aquella, del Gobierno de turno y de los partidos democráticos, ojalá todos lo fueran, que nunca aceptaron que la libertad y la democracia requieren labor imaginativa diaria porque no son conquista permanente.

Miren, el Estado de las autonomías es invento de la democracia española. Quizá los constitucionalistas se sintieron apremiados por el llamado "problema nacional" conocido desde el XIX como "problema regional". Y para ello miraron hacia el Estado Integral de la Constitución de 1931. Pero en palabras de Cruz Villalón elaboraron "una Constitución que permitía, sin sufrir modificación formal alguna, lo mismo un Estado unitario y centralizado, que un Estado unitario pero descentralizado, que un Estado sustancialmente federal, que, incluso, fenómenos que rebasan los límites del Estado federal para recordar fórmulas confederales". Es decir, sacaron de la Constitución la estructura del Estado, construida a tirones por el TC y los Estatutos de las CCAA. Dicho con brevedad, optaron por un modelo abierto, limitado básicamente a regular las diversas formas que podía eventualmente adoptar el proceso descentralizador. Y claro, al carecerse de modelo constitucional, el nacionalismo argumentó tal como defienden Argullol o Herrero de Miñón la heterogeneidad autonómica, como si fuese la deriva necesaria de aquél. De ahí a la plurinacionalidad, ya que Euskadi y Cataluña se proclaman naciones y sobre ello la foralidad, la insularidad y la pluralidad lingüística, como hechos diferenciales. Y la respuesta expansiva y exigente del agravio comparativo de los demás. Naturalmente, cultivado el soberanismo se abre la puerta al independentismo, aderezado por una historia manipulada o falsa concebida sin base científica, como fuente de legitimidad política.

Hay pues que iniciar con urgencia una reconstrucción nacional que termine con la hegemonía ideológica y cultural del nacionalismo pero también explicar a las nuevas generaciones que la unidad nacional es un proceso de incorporaciones iniciado por la unión de las Coronas de Castilla, León y Aragón. Que nunca tuvo más fusión que la Corona, ni siquiera con los Austrias. La soberanía de la Nación española fue proclamada por las Cortes de Cádiz en 1812, conformándose así por vez primera en España el Estado constitucional, sobre la base de una comunidad política organizada sobre la división de poderes y formada por los españoles, considerados como ciudadanos libres, iguales ante la ley y sometidos al mismo ordenamiento jurídico. A partir del triunfo de la Revolución liberal, quedó organizado en provincias y en municipios, estructura territorial respetada por las Constituciones monárquicas de 1837, 1845, 1869 y 1876 y por la republicana de 1931 que introduce la autonomía regional. Solo pues 200 años de unión.

La CE de 1978 tiene en la práctica rasgos de funcionamiento propios de los sistemas federales, con debilidad acusada del poder central eso sí, a diferencia de la reforma reciente del Estado federal alemán. Debe ser modificada en esa dirección, hasta que parezca lo que debió ser o al menos lo que parecía querer ser. Porque nadie tenía la certeza de saber lo que quería, ni la Nación necesitaba. Ahora sí, a pesar de catalanes y vascos. Además el formato de las autonomías ha fraccionado los campos de decisión política favoreciendo intereses con frecuencia corrompidos, tratando de disimular un latrocinio minucioso de lo peor y más acanallado de la clase política.

Decía Einstein que el nacionalismo es el sarampión de la humanidad. Pero este tiene cura y el nacionalismo ninguna, pero si tratamiento. Y también es verdad que no solo es enemigo declarado de la Nación española, sino también del gran proyecto europeo. Pero la historia a considerar es la del avance humano en su desarrollo en busca del bienestar y la dignidad. Y a ello debe España dedicar el esfuerzo de nuestra generación y las siguientes. Y que dure al menos 40 años.

* Licenciado en Ciencias Políticas