Una vez más, a pesar del cansancio que el tema comienza a generar entre todos nosotros, habrá que hablar de Cataluña. Los acontecimientos de esa Comunidad, no solo ahora sino desde hace mucho tiempo, se han caracterizado por unas posiciones donde primaban los sentimientos por encima de cualquier otra consideración, algo normal cuando están por medio planteamientos nacionalistas, pero eso impedía cualquier intervención de lo racional. En las reacciones que se han dado a nivel popular en el resto de España, en su mayoría, ha primado lo visceral, puesto de manifiesto en las formas de apoyo a la intervención de las fuerzas de seguridad. Una vez más se pone de manifiesto la falta de cultura política, y basta con escuchar las conversaciones de grupos que se hallen cerca mientras tomas un café o una cerveza. A veces son personas mayores en las que se puede encontrar alguna excusa, pero otros son jóvenes que demuestran una supina ignorancia. En este sentido no está de más recordar cómo el sistema educativo español ha carecido de una materia en la que se transmitieran el contenido y los valores constitucionales. Algunos profesores de historia lo defendimos, pero el argumento que se nos daba, pobre por otra parte, era que en un sistema democrático no podía existir una nueva Formación de Espíritu Nacional como la de la dictadura. Fue un error que se intentó subsanar años después con la asignatura de Educación para la ciudadanía, pero ya fue tarde y además el PP la suprimiría.

Por supuesto que a la hora de explicar lo sucedido en Cataluña hay otras causas, pero el problema es lo bastante complejo como para no poder sintetizarlo en las pocas palabras de un artículo de prensa. No obstante, lo ocurrido en los últimos meses ha sido muy grave, y en particular lo acontecido a lo largo del fin de semana no es sino responsabilidad de su Gobierno autonómico, del cual no se ha contrarrestado de manera suficiente esa idea de que votar es lo democrático, porque en realidad la democracia está en el respeto a las normas y esto se ha incumplido en Cataluña. Ya lo expresó el historiador Pierre Vilar, a quien por otra parte se le debe una obra fundamental, Cataluña en la España moderna: «Cuando decimos pueblo estamos, de hecho, sugiriendo una simpatía por la gran mayoría. Pero ¿cómo y cuándo puede expresarse la gran mayoría? ¿A través de las mayorías electorales? Sabemos que cambian, y que son capaces de elegir a un Hitler, por ello me inquieta la expresión el derecho del pueblo a decidir por sí mismo, a la autodeterminación: ¿bajo qué forma y dentro de qué límites un pueblo puede ser consultado?».

Esa pregunta se podría trasladar a la consulta llevada a cabo el domingo en Cataluña, y por supuesto habrá que analizar la manera en que se ha desarrollado, sin garantías y al margen de la legalidad. Escribo en la noche del domingo, y cuando aún no se habían dado datos de ningún tipo, ni de participación ni de votos a favor o en contra, Puigdemont ya anunció en su intervención, rodeado de sus consejeros, que pondría en marcha lo previsto para la declaración de independencia. Antes realizaron declaraciones los líderes de los demás partidos: Iglesias, Rajoy, Sánchez, Rivera, y a lo largo del día habíamos escuchado a otros muchos. De todos ellos, lo que más me ha llamado la atención ha sido, por un lado la falta de lealtad institucional con la que se han comportado las autoridades catalanas y su perseverancia en mantener el engaño en sus declaraciones, y por otro la contundencia de Colau e Iglesias a la hora de criticar al gobierno del PP, cuando en todo este tiempo no se les ha visto mantener esa misma actitud en relación con las actuaciones de los grupos independentistas que se han comportado sin respeto alguno a las más elementales normas democráticas.

* Historiador