Una vez que los secesionistas han declarado que renuncian a la vía unilateral de independencia y la confesión de Puigdemont de que «se equivocó en el análisis», es hora de exponer nuestro análisis aún a riesgo de equivocarnos. Porque no es poco riesgo ir contracorriente y opinar que los líderes del procés no mintieron a sus paisanos, como se repite machaconamente, sino que se equivocaron de medio a medio, pues si sabían a priori que la independencia era imposible y no podían ignorar las consecuencias personales que la derrota les acarrearía en aplicación de la Ley en un Estado de derecho, promoverla habría sido una estupidez. ¿No es esto de sentido común? Puede que el seny catalán sea otra cosa, pero ahí no llego.

Lo más lógico y piadoso es pensar que actuaron convencidos de que la bien conocida conciencia identitaria del pueblo catalán y las manifestaciones multitudinarias que el fervor pasional habría de pone en movimiento haría que el Gobierno de la nación le permitiera un referéndum y tuvieran la esperanza de ganarlo. La crisis económica y el descrédito del partido del Gobierno de Rajoy acosado por la corrupción abonarían sus posibilidades. Gran error en el análisis. Esta misma posibilidad habría de ser un factor en su contra, ya que le daría munición a Rajoy. Por lo demás, raro es que cualquier Gobierno acepte la secesión de una parte de su territorio nacional. Y pocos países hay como España con una historia de varios siglos de intentos secesionistas o luchas por fueros o privilegios. A la España invertebrada de Ortega y Gasset, la vertebración por las bravas ha sido la respuesta. Si los independistas catalanes olvidaron su propia historia es que desconocen también que el internacionalismo de las multinacionales está de moda y no el provincialismo pequeño burgués, que el liberalismo ha sido sustituido por el neoliberalismo y el romanticismo por el posmodernismo.

Pero si el Gobierno de Rajoy no ha hecho más que seguir un guión rayado, no se olvide que las ideas vuelven como las cigüeñas al campanario. No voy a insistir en el hecho bien conocido de que Lincoln, pese al mito que se ha vendido, declaró en plena Guerra de Secesión que el objetivo era salvar la Unión y no la liberación de los esclavos. Y la salvó. Pero todavía, después de 155 años, los sureños matan porque no retiren de la vía pública la estatua del general confederado Robert E. Lee y varios Estados siguen promoviendo iniciativas populares de independencia. (Aunque para perseverancia la creación de Estado de Israel después de dos mil años de diáspora del pueblo judío).

En fin, la política deberá, pues, encauzar las aspiraciones identitarias del pueblo catalán (y de los otros que andan en quejas de agravios comparativos) en un engranaje constitucional que satisfaga a todos los españoles sin romper la unidad de España y que el invento dure otros quinientos años y un día.

* Comentarista político