Tras las emociones fuertes de los últimos meses, y ante las enormes incertidumbres que aguardan, la duodécima legislatura desde la reinstauración de la democracia arrancó ayer en Cataluña con una calma inusitada. Roger Torrent (ERC) fue elegido presidente del Parlament, la mesa fue constituida y se puso en marcha la maquinaria institucional. Por supuesto, se trata de una falsa calma, o tal vez la que precede la tormenta. Pero tras meses de navegar por aguas turbulentas, y ante lo que está por venir con la investidura, la apariencia de tranquilidad institucional se valora. A ello contribuyó el discurso del nuevo presidente. Torrent, como independentista, criticó la intervención de la Generalitat al amparo de la aplicación del artículo 155 de la Constitución, y denunció la ausencia de los presos y los prófugos. Pero también habló de «coser la sociedad catalana», reconoció las «identidades cruzadas» de los ciudadanos y la pluralidad de Cataluña. Un tono muy alejado del de Carme Forcadell, sin referencias ni a la independencia ni a la nonata «república». Tanto Ciudadanos como la CUP criticaron su discurso, los unos por independentista y los otros por autonomista, un recordatorio de que los matices tienen poco espacio en el actual escenario político catalán.

Torrent y la mesa que preside muy pronto deberán tomar decisiones trascendentales. Si Carles Puigdemont se presenta a la investidura y, en este caso, si se le permite hacerlo telemáticamente, es la clave de la nueva legislatura. De ello depende si el Parlament se dedica a hacer su trabajo, que es legislar por el bien común, o si vuelve a enfangarse en argucias dudosas o directamente ilegales. Los discursos como declaración de principios están bien, pero los hechos y las votaciones marcarán esta incierta legislatura catalana, que ayer arrancó.