El ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, ha entrado en el conflicto catalán. Mal asunto. Pero dediquemos antes unas líneas a bucear de donde viene todo.

La explosión separatista catalana se convierte en otro debate europeo. Aunque el Gobierno lo niegue y disguste al grueso de los españoles, la realidad es esta. Los vaivenes de Puigdemont en Bruselas son motivo de preocupación creciente en la capital de Bélgica y la UE; y todas las cancillerías europeas han abierto una carpeta caliente con el membrete de Cataluña bien visible en su lomo.

La «infección separatista catalana» que no interesó a casi nadie en el mundo durante años, a pesar de los enormes esfuerzos realizados por los sucesivos gobiernos de la Generalitat, se ha dado a conocer de manera intensiva y sorprendente las últimas semanas al ser incendiada esa herramienta como de otro mundo llamada internet, de mentiras jaleadas por hackers, bots, trols y toda clase de milicianos de la insidia.

Pero esta caterva de zombis --que mordisco a mordisco hace crecer el ejército de la noche-- tiene unos impulsores, ideólogos, planificadores, técnicos y plataformas desde las que atacan. Algunos, muy pocos, se conocen. El más notable es Julian Assange, que un día fue ladrón bueno y hoy se pone al servicio de la destrucción masiva oculto en las tinieblas de las redes. Pero el grueso de los batallones al ataque --manifiestan los expertos-- actúa desde Rusia y Venezuela, ese país otrora hermano y ahora en manos de un dictadorzuelo infumable no advertido por el olfato larguísimo de la literatura fantástica sudamericana.

Las evidencias han hecho salir al Gobierno de Rajoy del mullido colchón que le presta Bruselas (Rajoy protesta casi siempre por la boca comunitaria para ocultar el canguelo que le produce el mundo) para señalar directamente a Rusia de desinformar y desestabilizar España, a través de emisores situados en su territorio, con el conflicto catalán. Y Rusia responde con la voz de uno de sus grandes tenores, el exitoso Ministro de Exteriores, Lavrov.

La palanca de su respuesta firme y determinante se apoya en la información que dio el ministro Dastis en el Consejo de Europa sobre el caso «haciendo oficial» la sospecha de España sobre Rusia.

En lenguaje diplomático, estamos ante un asunto grave: un gobierno que acusa a otro de supuesta comisión de delitos. Así valoran el momento las chancillerías y la prensa experta. ¿Habrá llegado nuestro Gobierno demasiado lejos con sus insinuaciones? Algunos recuerdan que la poderosa Norteamérica aún no ha concluido el informe definitivo sobre la supuesta injerencia de Rusia en las elecciones presidenciales que ganó Trump, mientras que España, más decidida y suelta que nunca, lleva el caso al Consejo Europeo cuando ni siquiera ha informado a su Parlamento.

Sea cual sea el resultado de este conflicto diplomático con Rusia, habrá que pensar que, en el corto plazo al menos, las cosas irán a peor con el enorme país que lidera Putin. Porque nadie quiere recordar en estos días que llueve sobre mojado, que España, al mantener el boicot a su exportación de frutas y hortalizas frescas, naranjas y carnes, especialmente porcino, pierde no menos de 500 millones de euros con esa no venta.

Estas nuevas tarascadas pueden acarrear mayores trastornos. Porque Rusia no cederá. Para la patria de Puskin, Crimea es caso cerrado y Ucrania el objeto de una vigilancia permanente. El ruido europeo a propósito de Cataluña le viene bien. Le importa tanto que destina a Sergéi Lavrov, su general para el mundo, para dirigir este nuevo frente. Este hombre no ha perdido ninguna batalla relevante desde que es canciller. Preguntemos a Obama o Merkel. Observemos cómo los aviones rusos dominan los cielos de Siria.

* Periodista