En el último de los artículos consagrados al escolio volandero de las sobresalientes Memorias del destacado político democristiano de estricta obediencia maritainiana Duran i Lleida se ha de enfatizar su magno y envidiable acierto de conjugar sin desajuste mayor la peliaguda ecuación amor y crítica. Sin negacionismo ni hipercriticismo algunos, estériles per naturam y reluctantes con un pensamiento creativo y dialogante en todo momento, la desbordada empatía, la honda afección por los rasgos definidores del talante catalán y su rica historia se compatibilizan con una mesurada pero permanente e inflexible crítica de los aspectos menos atractivos de su sociedad y, singularmente, del comportamiento pasado y presente de extensas capas de sus elites, nunca en exceso dotadas para la acción política. Como él mismo es muy consciente, está flanqueada por un rechazo generalizado, pero noble y ejemplarmente asumido en aras de un interés superior: «Por las calles de Madrid podías encontrarte a quien te espetara un Viva España con los ojos llenos de odio, y al día siguiente en Barcelona, alguien mirándote igual podía gritarte traidor, botifler..., lárgate a esa España que tanto amas» (El riesgo de la verdad..., p. 482).

Seguir las confesiones del autor en la recta final de su acezante obra es padecer un calvario anímico. Su embate al nacionalismo español acrecienta si cabe el dirigido contra el catalanismo radical. «Un ejemplo más de la soberbia que les lleva a pensar que España --la España en la que ellos creen-- es suya y de nadie más (...) La actitud del dirigente popular (J.R.G.H.) reflejaba la mentalidad de una parte de España cegada con demasiada frecuencia por la soberbia» (Ibid., pp. 486-7). Conforme acaba de exponerse, las críticas contra el independentismo y sus adictos no serán menores, por lo que cabe no reproducirlas brevitatis causa. Ello, por contera, permitirá consagrar mayor espacio a la apuesta por un futuro que se ofrece, a corto y medio plazo, emborrascado, muy emborrascado para todos los españoles de buena voluntad como Duran i Lleida, que se siente en el ineludible deber de señalar su hoja de ruta propia: «La solución para Cataluña exigirá un reconocimiento ciudadano del conjunto de España que debe meterse esto en la cabeza de una vez (...) No somos ni mejores ni peores, pero nuestra identidad es más acentuada. Ese reconocimiento se puede hacer en el contexto de una reforma constitucional o bien mediante una nueva disposición adicional dedicada a Cataluña que asiente las bases de un reconocimiento nacional, cultural y lingüístico» (El riesgo de..., pp. 541-2).

Asertos y convicciones los trascritos que suscitarán, lógicamente, reacciones varias en sus lectores, que, sin embargo, refrendarán sin excepción las palabras finales de su libro: «¡Es la hora de los estadistas! ¿Queda alguno?» (El riesgo de..., p. 547).

* Catedrático