No sé a usted, querido lector/a pero a mí eso de Nóos, siempre me ha sonado a plural mayestático. Y efectivamente el que le puso el nombre debió de estar pensando en clave palaciega o áulica. Iñaki Urdangarín, protagonista indiscutible del susodicho caso judicial y mediático, dejó su visaje de deportista para convertirse en parte de la corte. Y se quiera o no, lleva intrínseca su condición de pariente real: esposo, yerno y cuñado. Algunos se preguntan si Iñaki llevaba implícita en su personalidad esa audacia necesaria para formar parte la familia real y dedicarse a los negocios que ahora el Caso Nóos ha dejado palmariamente sentenciados, y que en su entorno más cercano no se estuviera al tanto y al detalle de esos asuntos ahora juzgados como turbios. La esposas de los dos protagonistas, esto es, la Infanta Cristina y Ana María Tejeiro, la esposa de Diego Torres, han quedado absueltas. Eso no quiere decir otra cosa que es que no sabían lo suficiente de los delitos de sus esposos como para ser condenadas. En el caso de la pareja Torres y Tejeiro, modelo de matrimonio al uso sin ninguna relevancia social más allá de sus propios méritos, es más fácil entender que Ana María no estuviera al tanto de los tejemanejes de Diego, su esposo. Pero en el caso de Iñaki, hombre de armas y bagaje intelectual más bajo que su socio Torres y empotrado en la institución real, cuesta creer que campara a sus anchas. Entre otras cosas porque la rentabilidad de los negocios que se han juzgado de Urdangarin se traducían en bienes tangibles para su entorno familiar más cercano. La sentencia judicial está ahí y ha de ser acatada y respetada como es lógico en democracia, pero eso no quita que cada uno en su fuero interno juzgue aquello que va más allá de los hechos probados. La ciudadanía tiene su propio juicio y sentencia y en este caso algunos creen que nóos hemos quedado cortos.

* Mediador y coach