La derrota parlamentaria de la Ley de Presupuestos General del Estado nos lleva inevitablemente a la convocatoria de elecciones generales. Al cierre de este artículo, no está confirmada dicha posibilidad, que no es matemática dado que se puede gobernar en minoría con acuerdos puntuales y la convalidación de Decretos, pero la convocatoria nos parece del todo inexcusable por muchos motivos. No tiene sentido anunciar unas políticas que no pueden hacerse sin acompañamiento presupuestario. Ni tampoco cabe aplicar unos presupuestos sobre los que se votó en contra. De otro lado, queda menos de la mitad de la legislatura, por lo que poco margen existe para remontar dicha situación de impasse. No podemos olvidar tampoco, que se ganó la moción de censura sobre la base de convocar unas elecciones generales, que Rajoy no quiso convocar en su momento, y que demasiado se han demorado. No tiene sentido prolongar una legislatura con un Gobierno débil y minoritario en el Parlamento, traicionado por unos socios que nunca lo fueron.

Desgraciadamente no volvemos a la casilla de salida. Nada es como era. Se han perdido meses valiosos para abordar los cruciales problemas que nos afectan, y se ha ganado demasiado en crispación social y en enfrentamiento político. La sociedad está más fracturada, el disenso y los populismos han avanzado ante la ausencia de verdadero liderazgo, primando el cortoplacismo miope y el tacticismo de la mejor estrategia para los intereses del partido de turno, antes que el bien general de los ciudadanos.

La incertidumbre política que nos persigue en estos años convulsos, con el desafío secesionista y la corrupción de fondo, no ha hecho mayores estragos por la recuperación económica y los años de bonanza. Pero el paulatino enfriamiento de la economía, el insostenible déficit público que nos amenaza, los retos internacionales que nos cuestionan, y los graves problemas internos como el territorial, el paro o las pensiones, exigen un gobierno fuerte y estable nacido de las urnas, bien a través de una mayoría de voto o de escaños conseguidos en pactos y acuerdos generosos, que tengan una visión amplia del Estado y antepongan por delante los intereses generales. Y para todo ello, las urnas son imprescindibles y el cambio de protagonistas, prioridades, talantes y estilos, también.

Solo cabe que todos hayamos tomado nota de lo vivido, y que sepamos elegir lo adecuado, no desde la seducción del discurso político y el márketing electoral, sino desde la coherencia y ejemplaridad de quienes se presenten ante nosotros para gestionar nuestros intereses, derechos y libertades.

* Abogado y mediador