Córdoba ya está sufriendo los primeros efectos de la gentrificación, ese fenómeno que acaba convirtiendo los barrios históricos en un parque temático, expulsando a sus auténticos vecinos, que no pueden hacer frente a la presión inmobiliaria, a los alquileres... Se trata de un proceso que no hay que achacar exclusivamente a políticas de derechas, porque las «políticas de izquierdas sin un duro» tampoco ayudan. Al contrario, creo que lo impulsan aún más.

Eso de hacer una ciudad más «amigable», usando el término de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, al final resulta que solo propicia una ciudad amiga del rico, a quien las incomodidades le importan muy poco y tiene quien le haga la compra, quien lo traiga, quien lo lleve... Y es que se peatonaliza, se cortan calles (hasta aquí, todo muy bien), pero el bus cada vez está más lejos, uno ya no está tan joven y molesta la cadera en tanto paseo obligado, llega el turisteo barato pero con bares caros, locales caros, alquileres por las nubes, actos y follones de todo tipo, de todos los colectivos y en todas las fechas, desaparece el colmado de toda la vida, la mitad de los de la peña ya se han ido del barrio... O sea, que como se ha dicho, eso lo aguanta bien y hasta lo disfruta solo el que tiene un buen taco en la cartera. Pero la familia que llega a duras penas a final de mes, que no puede hacer frente a la nueva burbuja inmobiliaria de los alquileres; que pierde horas a la semana en la compra, al acercarse a casa de los abuelos, esperando que se arregle una avería dentro o fuera de casa (a las calles con pocos vecinos no se les hace ni caso) o en traer y llevar a los niños... A esos, los auténticos residentes del barrio, la única salida que les queda es mudarse.

¿Soluciones? Pues no sé, para eso estamos pagando a tantísimos expertos. Pero sin embargo, fíjense que me he referido a «políticas de izquierda sin un duro». Porque alguna fórmula progresista por ahí sí ha dado resultado. Por ejemplo, la seguida décadas atrás en Extremadura para revitalizar cascos históricos en ciudades medias, en la que se compraban viviendas, se rehabilitaban y daban en alquiler a familias (con o sin necesidades especiales), moderando así de paso el mercado. Vimcorsa abrió camino en Córdoba con casas patios y otras experiencias hace unos años, aunque con un casco histórico tan enorme... La crisis tampoco ayudó.

Alguien me podrá decir: «Amigo, para eso hay que poner el dinero encima de la mesa. Comprar viviendas, arreglarlas, gestionar los alquileres...» ¡Pues claro! Es una inversión cara, aunque al cabo de los años seguro que se tratará de las más rentables social, económica y patrimonialmente. Las soluciones baratas a problemas complejos solo empeoran las cosas.

Porque cuando se habla de una «ciudad amigable», ¿a qué tipo de amigos nos referimos? Ya a estas alturas no aspiro a ver un casco histórico amistoso, con todos cantando cada mañana «viva la gente, la hay donde quiera que esté». Me conformo con no encontrarme a vecinos cabreados todo el día.