Aunque nos pesen y agredan a la inteligencia por desconsiderar a sus víctimas y a los que padecimos su cobardía, los repudiables recibimientos a terroristas excarcelados cuyo mérito fue engendrar desesperación y dolor mediante el asesinato, la extorsión y la tortura, se enmarcan dentro de la libertad de expresión, que roza el resbaladizo territorio de la ofensa que a veces busca condenar a quien mantiene diferente opinión.

Ya en junio pasado la Audiencia Nacional autorizó un acto de homenaje en Tolosa al primer asesino de ETA, que en 1968 inauguró la funesta crónica de crímenes, al considerar que no constituía delito de exaltación del terrorismo ni humillaba a las víctimas.

Y, por idénticos motivos -menosprecio a sus cientos de miles de víctimas y a los que padecimos su sangrienta dictadura-, también son deleznables los homenajes anuales al fratricida dictador Franco.

Estos adalides en teñir de negro sufrimiento la vida de sus iguales, solo merecen el más profundo de los desprecios.