pHOLA, PAPA

nSe me fuela alegría N

***Piedad Cabello Zamora

***Cordobesa desde Reinosa

***Cantabria

f

Hola papá. Hace tiempo que quería agradecerte todo lo que has hecho por mí durante tantos años en los que no has dejado de trabajar y luchar para darnos una vida, en la que desde el primer día de nacer he sido inmensamente feliz, junto a mamá y mis dos hermanas. Después vino mi hija, el mejor regalo que me ha dado la vida, y de quien siempre has estado orgulloso, lo mismo que ella de ti.

Te fuiste el día 8 de agosto, como has sido siempre, humilde, noble, cariñoso. Qué voy a decir de ti, los mejores elogios del mundo. Desde ese día se me fue esa alegría que tú nos contagiabas con solo mirarte. Sé que, desde el cielo, nos das fuerza, y con tu ayuda tengo que ir recuperando, poco a poco, esa ilusión que nos has transmitido a lo largo de los años. Los últimos días juntos fueron para mí el mejor regalo.

Este año no te he podido dar ese achuchón y beso gordo, gordo, el día de Nochevieja, pero, cerré los ojos, y con el olor de tu ropa, te mandé el beso más grande del mundo. Te quiero, mi vida. Te quiero, papá.

pAL SEÑOR OBISPO

nCatólica y con un hijofruto del amor N

***Mari Paz Torres Nieto

***Granada

f

Estimado señor obispo: permítame presentarme. Tengo 32 años, y soy católica. Al principio lo era por tradición familiar, cuando maduré empecé a serlo por convicción. También soy profesora de religión y catequista en un colegio católico. Hace cinco años me casé por la iglesia. Mi marido y yo nos queremos, y fruto de ese amor, recientemente, hemos sido padres de un bebé. Un bebé que procede, como ha decidido usted denominarlo, de un aquelarre químico. Mis jefes, sacerdotes como usted, son conocedores de esta situación. No solo nos han apoyado en todo momento, sino que han accedido gustosos a bautizarlo, haciéndolo así miembro de la iglesia católica, de la cual yo, y muy a mi pesar usted también, somos miembros. Me gustaría que me contestase usted a esta carta. Es más, me gustaría que me recibiera usted personalmente. Me gustaría presentarle a mi hijo, que vea cómo llora cuando tiene hambre, y cómo sonríe ante las muestras de afecto, al igual que hace cualquier bebé de tres meses y medio. Igual que un día yo, que fui concebida por medios naturales, e incluso usted mismo, hicimos a esa edad. Me gustaría que me explicase usted qué diferencia hay en el amor que recibe mi hijo o en su propia vida por la forma en que ha sido concebido. Mi hijo un día crecerá y aprenderá cómo vienen al mundo los niños. Sabrá que así vinieron al mundo sus amiguitos, pero que él vino de otro modo. Lo que nunca sabrá (no pienso por nada del mundo darle ese disgusto) es que cuando tenía tres meses y medio el señor obispo de Córdoba decidió que él es fruto "de un aquelarre químico de laboratorio". Estoy segura de que Dios ama a mi hijo igual que ama a los niños nacidos por la vía normal , y así se lo pienso transmitir. Sepa usted que me siento ofendida como madre, como mujer y como católica.