Hoy quiero recordar La carta, una extraordinaria novela de Raúl Guerra Garrido publicada durante los años de plomo, cuando también se tiroteaba a los periodistas y se enviaban paquetes bomba a las emisoras. En ella, el industrial Luis Casas, acomodado vecino del imaginario pueblo vasco de Eibain, recibe una carta el día de su 50 cumpleaños. La lee poco antes de que empiece su fiesta familiar: una organización terrorista --ETA-- le exige el pago de 50 millones de pesetas como impuesto revolucionario. Asiste a su festejo entre el miedo y la alucinación, y tras de unos días febriles decide no pagar. Decide mantenerse en su entereza. Decide que el Estado de derecho, su familia, sus amigos y hasta su sociedad gastronómica estarán con él. Con su firmeza. Con su reciedumbre ética. Pero no es así: al no pagar, comienzan las presiones. Y empezando por sus propios empleados, pasando por sus compañeros de su sociedad gastronómica, sus amigos íntimos, sus hijos y hasta su esposa, cuando ven el abismo porque él no cede a la extorsión, tras advertirle, le dan la espalda. Así invierten la carga de la culpa: no es de los terroristas, sino suya, por no dejarse intimidar. Y la ciudad, su entorno, su propia casa acaban expulsándolo, dentro de un clima agónico resuelto con audacia por un Guerra Garrido en doloroso estado de gracia, entre Albert Camus y Joseph Conrad. La carta fue publicada en 1990, 26 años antes que la celebrada Patria, de Fernando Aramburu. Pero es que 40 años antes, en 1976, su novela Lectura insólita de ‘El Capital’ ganó el Premio Nadal. Entonces, cuando alguna izquierda aún contemporizaba con el terrorismo etarra por su inicial antifranquismo, Guerra Garrido fabuló el secuestro del industrial Lizárraga por una banda terrorista abertzale. Aramburu, honradamente, siempre ha reconocido a Guerra Garrido. Hoy lo nombro por su escritura visionaria y por su valentía: la de tantos hombres y mujeres que han dado su vida por vivir de pie.

* Escritor