Perdónanos, oh, tú, porque hemos puesto como un trapo al compañero de terraza, la camarera tal, el dependiente cual, esa vecina que discurre pasillo de súper estrujándose el cerebro con el «¿qué voy a poner hoy de comer?» de marras. Y nosotros vamos y metemos caña porque su niño juega a la pelota donde y cuando no debería. Oh, tú, que somos imperfectos ya lo sabemos, más nos la bufa y refanflinfla, pues la exageración nos pone, la maledicencia nos excita y la desgracia ajena nos procura el mayor orgasmo triple. Abusamos de los más complacientes inventos y modernidades para acudir, con británica religiosidad, a la llamada del monstruo que llevamos dentro. Fulanito nos hizo tal y nosotros lo masticamos y escupimos otra vez, churro en alto de mañana, merengue de tarde y otro domingo más, de punta en blanco y hasta las cejas de café. ¿Crees, te preguntamos, oh, tú, quien seas, conveniente resetear el mundo? Quizir: ¿empezar el día tal con la mente en blanco y los dispositivos electrónicos de baja? Vayamos por el pueblo y la vida en plan ignorante, como si no conociéramos al que tenemos al lado (porque así en verdad os digo que es). Lo que pasó en la oficina, la cocina, la cola del súper, el Congreso de los Diputantes, aquello es historia, mujer, ceniza de una galaxia muerta, de un mundo yupi malrollo construido a base de chismes y desconfianza, algo putrefacto que ya me empieza (ahora habla mi yo), me empieza a tocar las narices. Estoy agotado de escuchar gilipolleces y no me gusta. Así que, oh, tú, compadre, manda una tormenta de cojones, un rayo destrozasatélites, una lluvia de fermentos amnésicos que borre todo lo dicho sobre “los demás”, para que amanezca el Homo Perita: criatura sonriente, amable y sin problemas a la hora de pasar página y seguir disfrutando de esta primavera. Amén.

* Escritor