Dejé de creer en los Reyes aquella mañana en la que, después de haberme dedicado con fervor a la tarea de escribirles una hermosa carta solicitando por primera vez una cosa seria de verdad, tuve que retirar mis zaatos sin el regalo que deseaba. Aquello me costó además un disgusto, cara largas e incomprensión en toda la familia. Desde entonces, ya no pido más; procuro ahorrar hasta que me puedo permitir el lujo de comprarlo o, mejor aún, refreno mis deseos para ajustarlos lo mejor posible a lo que considero realizable.

Soñar es gratis, sin embargo. Y además de gratis es casi inevitable. La imaginación es verdaderamente mágica: puedo colocar un quiero y un tengo justo a la distancia de dos palabras. Y lo mejor de todo: con frecuencia esa realidad imaginada es suficiente para calmar el deseo. Escuchar una canción, leer una novela o pasar una tarde de cine en el cine. Y si además es en compañía, para qué quiero más.

Poner por escrito los deseos es, como poco, muy útil para aclarar las ideas. Cuando te tomas el tiempo para ordenar y priorizar todas esas cosas que a priori te remueven por dentro, empieza a tomar cuerpo lo verdaderamente importante. No hay como escribir para enterarte de lo que desea tu cerebro. Por eso los psicólogos recomiendan hacer listas y poner los planes por escrito.

Aquí va mi carta a los Reyes. Incluye una serie de deseos ordenados por orden de prioridad, aunque aún no sé quién ni cómo ha establecido esas preferencias. Tampoco sé la dificultad de su realización para quien tenga el poder de ayudar a que se hagan realidad. Estos son mis deseos para el 2018:

Deseo 1: el amor. Sí. Ya sé que esto puede parecer un poco frívolo por mi parte, pero quiero amar. Pero amar yo, que no es lo mismo que sentir el amor. Ya siento el amor de muchas personas, y lo cierto es que puede llegar a convertirse en una experiencia abrumadora. Ahora quiero amar: sentir el dolor de no tener en todo momento bajo control mi objeto amoroso, experimentar el sufrimiento de la incertidumbre, temer la posibilidad de perderlo, soñar que ese amor es y será por siempre jamás.

Deseo 2: la salud. La canción sitúa la salud en primer lugar de la lista de los tres deseos más frecuentes, pero el amor es doloroso e insano. Está bien colocarlo el primero, y la salud a continuación, para reconocer el inevitable y deseable padecimiento por culpa del amor. Pero ya no quiero más sufrimientos que ese. Un simple enfriamiento es capaz de tumbarme y meterme en la cama; así que deseo un año tranquilo, que me permita trabajar sin interrupciones.

Deseo 3: un país normal. Todavía tengo el estómago revuelto por tanta convulsión política. Le pido al Rey que contribuya a hacer de nuestro país un lugar más estable, donde los ciudadanos puedan centrar sus energías en intentar resolver los problemas de verdad y no en pensar y maquinar maneras de conseguir y controlar el poder político sin más fin que ese.

Deseo 4: un entorno menos ruidoso. No es ninguna tontería. El ruido es incomodísimo y además enferma y mata. Yo hablo bajito. Lo hago por carácter y también por respeto a los demás. Sería más feliz si pudiera estar comiendo en un restaurante sin enterarme de la conversación que se traen en la mesa de al lado. De verdad: no me interesa la vida privada de los demás.

Deseo 5: un punto menos de velocidad. La velocidad también consume todo más rápidamente. Y llegar por llegar y acabar pronto tampoco me seduce. Me gusta empezar y vivir la historia. También me gusta pasear con tranquilidad, sin temor a que un ciclista acabe atropellándome por la acera.

La lista de mis deseos es más larga, pero no me caben más. Algo tengo que dejar para el año que viene. Además, la magia es algo caprichosa, casi como la agenda política del Rey. En fin, a ver si con un poco de suerte conseguimos que se cumplan algunos de nuestros deseos. Y si no, también podremos disfrutar siempre de la frustración.

* Profesor de la UCO