Querida.

Desde el principio te fui infiel y tú lo sabías. Sabías que te compartía pero lo aceptabas y lo aceptas para que yo sea más feliz.

Pero vamos a lo bonito de nuestra larga relación.

Tú me enseñas permanentemente a escuchar, a descubrir otros pareceres. Me sorprendes en tus tertulias políticas o sociales, tanto que, a veces, aún estando de acuerdo con el argumento que gente muy erudita expone, cambio de criterio al escuchar el razonamiento que defiende otra gente también muy erudita y que, por lo general, es contrario al razonamiento anterior. Y así entro en bucle y en conflicto con mis propias ideas. Es entonces cuando me digo a mí misma que soy una veleta. Claro que mis convicciones se manifiestan más rotundas y lúcidas una vez asimilada la cuestión en discordia. Esta situación me prepara para explorar otras posibilidades, otros criterios que hacen que se me refresque, se me renueve y se atempere mi mente aunque ya te digo que soy un poco veleta.

Me tienes al día. Al punto recibo la información meteorológica, la hora, los sucesos, los deportes, los chismorreos, los eventos culturales... Cuestiones todas ellas que tamizo y tomo en consideración según mi buen parecer.

Pero hablemos de otra cosa, de lo que más me atrae de ti que son tus voces, esas que dan juego y levantan emociones. Voces que con sus timbres tan variados atinan a relajarme y a que desconecte de los problemas cotidianos. Hay otras voces sin embargo que me espabilan y hacen que descubra y explore cuestiones novedosas y desconocidas para mí hasta ese momento y que me obligan a atender, a abrir aún más mis oídos. ¿Y sabes una cosa? No pocas veces me faltan sentidos para seguirte en esos paseos por las nubes a los que me llevas. Es tu poder hipnótico para hacer que una conversación se convierta en la alegría de la tarde.

Tengo que destacar tu poder de seducción por medio de la música, inherente a nuestra idilio, a pesar de que es en este tema en donde nuestros desacuerdos son más frecuentes ya que no siempre aciertas con mis gustos musicales.

Llegados a este punto tengo que decirte que mi gratitud no tiene orilla. Lo nuestro no es un juego sino una larga y permanentemente renovada historia de amor porque en ti encuentro cobijo, alivio, energía.

Voy terminando, amor, no sin volver a lo que te escribí al principio de mi carta: te soy infiel, sí, y además muy a menudo y sin remordimientos. Te soy infiel cada noche en mi cama, sin alternativa y te soy infiel cada mañana plácida de domingo. ¿Adivinas con quién? Con los libros. Ellos son los que me absorben y me alejan de tus ondas, radio. Ya ves que soy inocente.

Seguiré cuidándote como tú me cuidas. No quiero emocionarme más.

Qué fácil es quererte y qué difícil es prescindir de ti, querida radio.

Tuya siempre.

(Ayer, 13 de febrero, se celebró el Día de la Radio)

* Docente jubilada