Siempre creí que la distancia más corta entre dos puntos era la línea recta. El pasado martes tenía que desplazarme con cierta premura desde la plaza de Las Tendillas hasta Ronda de los Tejares, motivo por el que enfilé mis pasos hacia Cruz Conde, una vez descartado el tránsito por la calle de La Plata al estar ocupada por su tradicional rastrillo de veladores y parasoles. Apenas hube comenzado mi camino, en la confluencia con Morería, un simpático joven disfrazado de explorador, frenó mi acelerado recorrido invitándome a colaborar económicamente para salvar a las ballenas de Dinamarca, irresistible oferta que pude declinar confesando mi ignorancia respecto a los peligros que se ciernen sobre tan simpáticos cetáceos. Reanudé la marcha, si bien a escasos metros, a la altura de San Álvaro, una pizpireta muchacha, de cuyo cuello colgaba una ajada fotocopia de un DNI, apeló a mi inexistente juventud para detener mi andada, e informarme sobre las bondades de sostener a una ONG para la integración, inclusión y desarrollo de las minorías. Animándola a que perseverara en tan loable fin, pude continuar el trayecto --sin merma pecuniaria alguna-- aunque no más de una decena de pasos, pues en la esquina de la calle Góngora, y parapetado tras un tenderete de una empresa de telecomunicaciones, alguien comenzó a vocear: «Caballero, ¿tiene fibra en casa?», provocando mi rubor ante la constatación de que mi semblante había delatado un persistente problema de estreñimiento. Azorado por las circunstancias, eché a correr regateando una recogida de firmas que un ignoto partido político llevaba a cabo en la esquina de la calle Conde de Robledo, pasando sudoroso y esquivo junto a una cuestación que dos nonagenarias habían instalado haciendo chaflán en la calle Cabrera. Exhausto, detuve mi huída en la intersección de Manuel de Sandoval, surgiendo de la nada una joven que, tras invitarme a aspirar la fragancia que impregnaba una minúscula cartulina, despareció atónita tras contestarle con un exabrupto que traslucía mi admiración por el gran Fernán Gómez.

Superado el vía crucis, una sonrisa iluminó mi rostro al leer las declaraciones de la Delegada de Infraestructuras del Ayuntamiento: «La calle Cruz Conde no tiene un problema de iluminación exclusivamente; hay que resolver problemas de movilidad».

* Abogado