Dicen que las últimas palabras de Nerón fueron «qué gran artista pierde el mundo». La expresión ha pasado a la historia como la máxima nota de soberbia y vulgaridad a la que puede llegar un gobernante. Quizá dicho egocentrismo fue potenciado por la total ausencia de oposición política.

Ya dejando a un lado aquel poderoso y sádico payaso clásico y viniendo a la actualidad española, con el fin del bipartidismo muchos creímos que nuestros representantes bajarían de esa nube de mitomanía al ser menos únicos y por tanto, al tener más los pies en la tierra, la comunicación entre las distintas opciones ideológicas sería más fluida. Sin embargo, el aumento del abanico electoral ha propiciado justamente lo contrario y la lucha encarnizada por el poder ha elevado, no solo el egocentrismo neroniano sino la bajeza en las formas materializada en los mensajes mutuos de incompetencia del otro como si el que habla fuese un ser de ética superior e intelecto excelente.

Pero como no hay regla sin excepción, desde hace años he seguido de cerca la buena labor y formas elegantes de la que hasta hace poco era alcaldesa de Madrid, doña Manuela Carmena. Ella es tan sublime para la política que sus rivales no tenían más remedio que buscarle el defecto donde hay solo hay grandeza, como es el cumplimiento fructífero del paso del tiempo. Los muy canallas la insultaban llamándola vieja cuando precisamente la estancia prolongada en el planeta de esta animal política en plenitud de facultades, le ha servido para aportar eficacia a su mandato. Ya hay que tener poca vergüenza y por tanto pocos argumentos serios para tratar de desacreditar a un competidor con el achaque de que es una abuelita que se tiene que retirar cuando todos sabemos que los grandes sabios siempre han sido de pelo blanco aunque esté tintado (porque como mujer, es coqueta y que no falte). Pero Carmena no solo ha pasado por un tubo de esas críticas ineptas sino que se ha erigido en el mejor ejemplo de que los llamados pensionistas pueden ser un excelente valor de aclaración en una sociedad fragmentada. Pero es que también en cuanto a las formas ha sido espectacular dejando una profunda huella de coherencia en la política española demostrando que apostar siempre por la elegancia deja a las ideologías y sobre todo a los ideólogos a la altura de un zapato.

Deberíamos haber disfrutado más tiempo en política de una mujer así pero consecuentemente con la bajeza electoral reinante, Manuela no ha ganado. Digo que no ha ganado porque no ha perdido, que los que perdemos somos los demás si ella no está. ¡Qué gran política pierde este país! Y cuantos ma... perdón, cuantos nerones se nos quedan...

* Abogado