Mueve los piececillos una y otra vez. Cuando las cámaras se marchan de la sala, permanece casi a solas en brazos de su madre y empieza a quedarse dormida. Carla tiene siete meses y es el primer bebé en recibir el trasplante de un corazón incompatible con su sangre. La sanidad pública de nuestro país le ha salvado la vida. Orgullo de esos hombres y mujeres artífices de milagros laicos en circunstancias muy complicadas.

Es maravilloso observar la despedida de las enfermeras que la han cuidado todo este tiempo en el hospital Gregorio Marañón de Madrid. Mientras su madre, Manuela, le da el último biberón de leche en ese entorno protegido, se escucha a una de ellas asegurar tras un suspiro: «Se nos va a hacer muy raro vivir sin Carla». La pequeña ha estado en ese centro médico desde que nació. Durante el embarazo se detectó una malformación que impedía a su corazón desarrollarse con normalidad al bombear sangre oxigenada de manera deficiente al resto de cuerpo desde su lado izquierdo. La madre fue trasladada desde su tierra, Badajoz, hasta el hospital referencia en ese tipo de cardiopatías. Allí esperaron el corazón que debía salvar la vida de su bebé.

Días y días de desasosiego que parecieron terminar cuando recibieron la llamada de que había uno para Carla. El problema, les dijeron, es que no era compatible con su grupo sanguíneo. Pero una vez más nuestra sanidad se ha sobrepuesto a las dificultades. Lo que parecía un obstáculo insalvable se ha convertido de un hito que lleva el nombre de Carla. Solo se ha conseguido algo similar en otros dos países europeos. En España la operación duró cuatro horas y en ella participaron casi 50 personas de manera directa e indirecta. Una cuenta atrás en la que cada detalle era importante. Los latidos del nuevo órgano marcaron el sonido del éxito. Una vez pasada la etapa más complicada, Carla podrá llevar una vida normal en la que habrá revisiones periódicas para comprobar que todo va bien. Ya está en su casa. Viviendo con sus padres el vértigo de lo nuevo y disfrutando de su nueva vida. Las posibilidades para que niños y niñas como ella reciban ahora un órgano sin rechazo han aumentado con este avance del 50% al 90 para menores de un año. Todo un logro que repercutirá en las listas de una espera eterna. Una cuenta atrás durísima. Afortunadamente en nuestro país mueren pocos menores, pero también por esa razón hay menos donaciones de sus órganos. Manuela se dirige a quienes necesitan un trasplante y a quienes se despiden de sus niños. Donar es una decisión generosa y también difícil. Viendo la vitalidad de la pequeña Carla es un paso que, desde luego, merece la pena. Manuela sonríe orgullosa: «Carla será cardióloga. Lo lleva en la sangre».

* Periodista