Ha muerto Ernesto Cardenal, el sacerdote poeta que, acaso sin quererlo, heredó la boina del Che Guevara. La revolución cubana quiso dejar muchos vástagos. De hecho, trató de traspasar continentes, intentando regresar a las esencias africanas. Pero la participación en la guerra de Angola fue uno de los episodios más oscuros del castrismo, con el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa, uno de los héroes de la revolución acusado de narcotráfico que, de no haber sido expulsado del paraíso, hubiera podido hacerle sombra al mismísimo Fidel.

Surgieron otros esquejes en Centroamérica influidos por los aires de la mayor isla de las Antillas. El sandinismo se compaginó con los nuevos aires de la Transición. Aquella trágica guerra nicaragüense marcó el declive de las dictaduras bananeras. De aquella época pervive una plástica colorista, con los Palacagüinos de Carlos Mejías como embajadores de esa buena nueva. Y si el santoral ya puso nombre a la Teología de la Liberación con el obispo mártir, el salvadoreño Oscar Arnulfo Romero, también puso su pica en Managua con Ernesto Cardenal. Este cura de barbas blancas protagonizó una de las icónicas e incómodas escenas del pontificado de Juan Pablo II, arrodillándose ante el Papa Polaco en la escalinata del avión. Wotjyla lo reprendió, sin precisar el látigo del Templo, pero dejando claro que su pontificado se escoraría hacia corrientes más conservadoras de la Iglesia. La revolución sandinista pronto se apulgaró. Sergio Ramírez, uno de sus ministros, se alejó de aquellos renglones torcidos para centrarse en su vocación literaria. Ernesto Cardenal fue suspendido a divinis (casi una excomunión) para después enfrentarse a Daniel Ortega y toda su versión chusca del neo sandinismo. Ha sido el papa Francisco el que levantó este castigo, consintiendo que el obispo auxiliar de Managua le pidiese la bendición al poeta enfermo.

Este gesto es un buen exponente de las querencias del Papa Bergoglio. Pero puede que no sea suficiente para evitar que encalle su línea progresista. Mujeres de la Iglesia Católica se han manifestado delante de diversas catedrales requiriendo un cambio de rumbo en esta deriva machista. Sería muy pretencioso otear que el Me too está llegando a los misales. Tanto como que las corrientes más conservadoras se tienten a parangonar estas proclamas feministas con las tesis que clavó Lutero en la Iglesia de Wittenberg. El mundo ha cambiado mucho. Sería estúpido buscar un arquetipo de mujer, casi tanto como focalizar el canon femenino en aquellas jóvenes que le cantaban las mañanitas a Juan Pablo II, con la pandereta de las rondallas y la beca de las estudiantinas. Tardará en llegar una mujer Papisa, más aún que la caída del celibato -que no impuso el Nazareno, sino los hombres en el Congreso de Elvira-. Pero ello no es excusa para que la igualdad comience a horadar esa suerte de misoginia de una institución bimilenaria. Teresa de Jesús ya dio un buen salto. Hora es de continuar ese camino.

* Abogado