De la avalancha de documentales y especiales de prensa sobre el 50 aniversario de la llegada del hombre a la Luna (impagable el suplemento de Diario CÓRDOBA del pasado sábado) me quedo tanto con la grandeza de aquel logro científico-técnico de la humanidad como con la lección de lo miserable que puede ser el hombre al mismo tiempo. Por ejemplo, por cómo los norteamericanos hicieron la vista gorda con los ingenieros alemanes colaboracionistas del genocidio nazi e inventores de la V-2, con Vernher von Braun a la cabeza, a cambio de usar su saber para la carrera espacial de la NASA. O por el otro lado, en la Unión Soviética y con mil veces menos recursos, cómo el mejor ingeniero del siglo XX, que creó los cohetes que aún hoy despegan de Baikonur, Serguei Koroliev, sufrió cautiverio en un gulag, fue víctima del secretismo que le arrebató toda gloria y terminó perseguido una vez más por mediocres del aparato comunista soviético.

Lo dicho: dos lecciones de lo peor de la especie humana en mitad de un logro que muestra lo mejor del hombre

El caso es que 50 años después, en vista que de que la Historia se empeña en ignorar esa otra cara oscura, que no oculta, de la Luna, con episodios como los referidos del de los nazis en la Nasa o la persecución a Koroliev, me conformo solo con dos cosas: la primera, ver muy de vez en cuando la superficie del satélite con un telescopio poco menos que de juguete que compré hace dos décadas, al que tengo que ajustar retorciéndole el pescuezo al objetivo, literalmente. ¡Vaya chatarra y sin embargo qué maravilla lo que ofrece!

Y la segunda: la esperanza de que en el futuro no cuajen iniciativas que nos priven de nuestro cielo. Como la de una gigantesca multinacional que hace algo más de una década planteó extender un gigantesco anuncio publicitario de fino metal pero visible desde cualquier punto de la Tierra en el cielo. Solo el sentido común impidió que el proyecto publicitario se materializase, pero me tiemblan los huesos al pensar qué otros sublimes proyectos públicos y privados pueden estar fraguándose en estos momentos.

Afortunadamente, Córdoba es un buen lugar para congraciarse con el cosmos y hacer honor al 50 aniversario de la llegada del hombre a la Luna gracias a su Sierra Morena y a Los Pedroches, reservas Starlight, libres de contaminación lumínica. Una invitación a disfrutar del cielo, a sentirnos humanos y a defender, literalmente, la Luna y las estrellas, que si no son la última frontera sí que son nuestros últimos sueños.

* Periodista