Estos días se habla mucho de la gestión pública, hasta el extremo de que, en varias ocasiones, nos hemos preguntado si la gestión quiere ser como la capa que todo lo tapa. Apenas descubren un desaguisado, para quitarle importancia al suceso, se empieza a hablar de lo bien que gestionaba la cosa pública el presunto culpable.

Con pocas fechas de diferencia hemos visto en los telediarios, considerar a la gestión como el único índice para valorar la acción política.

El presidente Rajoy ha querido dejar muy nítido que, tanto el famoso máster que nunca existió como las cremitas regeneradoras de la señora Cifuentes, son cuestiones importantes pero secundarias si las colocamos en la balanza que pesa errores y aciertos. Entonces, sobresale con luz propia «la magnífica labor desarrollada en la Comunidad de Madrid por la dimitida presidenta».

En un son parecido, y casi al mismo tiempo, se ha expresado el portavoz de la Fundación Francisco Franco, afirmando que la donación del Pazo de Meirás fue una minucia, peccata minuta, comparada con los méritos que adornan al Generalísimo que no solo libró a los españoles del marxismo, sino que llenó a España de embalses, huertos familiares, seillas y orgullo patriótico.

Sin tratar de ignorar dichas afirmaciones, para ser mínimamente objetivos, y lucir un plus de discernimiento, se impone reconocer que hay una distancia astronómica entre lo que se ha hecho en 40 años de democracia y lo realizado en un tiempo idéntico de dictadura a machamartillo.

Pero lo peor de todo es que los argumentos de unos y otros se parecen a los que siguen esgrimiendo los grupúsculos nazis que, erre que erre, alardean de que Hitler corrigió una inflación esquizofrénica, consiguió dar trabajo a quien lo había de menester, hizo las primeras autopistas que hubo en Europa y montó a los obreros alemanes en «el escarabajo» de la Volkswagen. Es cierto, pero todo ello no sirve para paliar los crímenes más inmensos y atroces que recuerda una Historia bien servida de crueldades.

En línea con los sobredicho, hace un par de años escribimos que ensalzaríamos a Rajoy con gaitas, odas, hurras, panegíricos y ditirambos, hasta subirlo a los cuernos de la luna lunera, si hubiese conseguido el pleno empleo, pero, a renglón seguido, pediríamos la dimisión por sus flagrantes y continuas faltas de cuidado y, sobre todo, por haber mentido a boca llena en sede parlamentaria. Algo que no puede borrarse con una gestión eficaz, en el supuesto de que lo esté siendo. La democracia o se sustenta en principios éticos, que pueden parecer puritanos o, fácilmente, llegará a convertirse en un sucedáneo como el que personaliza Putin en la tierra de los zares.

* Escritor